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Formas para decir las cosas

Observo un choque sin lesionados en la vía pública. Como suele ocurrir, el asunto es una trivialidad que no debería modificar el devenir de la mañana, ni la vida de los dos seres humanos que no se conocían hasta que llegaron casi al unísono a la misma esquina.

Es notable la ligereza con que en este tiempo se sueltan las palabras. Como si no valieran, como si un insulto grueso ya hubiera perdido su significante. Pero no sólo eso: hay que ver también con qué facilidad las propias palabras se extinguen con intención de precipitarse a los hechos.

Porque eso es lo que está pasando ahora. El chocado, tras recordar malamente el hilo genaológico de la parentela del lado materno del que lo chocó, se baja del auto e invita al chocador a definir el desaguisado "como hombres".

Si no fuera porque la demencia social en el manicomio a cielo abierto ha trepado a límites alarmantes, uno se reiría. Por una rayadura pedorra en el guardabarros, este sujeto, fuera de sí, se está exponiendo a una circunstancia imprevisible y de por sí más grave que las graves palabras que le ha soltado al que lo chocó, quien se mantiene calmo, observando sin pasión el bollo en su auto y en el que chocó, casi con un gesto de ausencia, de apatía, cosa que enardece aún más al chocado. Bajándole el precio, como corresponde, a una involuntaria colisión callejera.

-¿Cómo hombres? -dice el que chocó y va hasta la guantera y uno ya conjetura fatalmente lo que traerá: un bufoso.

Pero no. Imperturbable abre una carpeta azul, saca la credencial del seguro y le dice al chocado que de ahora en adelante su póliza hablará por él.

La parsimonia del que chocó ha desarmado la ira del chocado. Y esas palabras: La póliza hablará por mí, es lo que desactiva la bomba anímica del tipo, quien muchas horas después, ya en frío, tal vez alcance a entender una de las claves del lenguaje: no sólo es lo que se enuncia, sino las formas para decir las cosas.

En instantes llegará la policía, un inspector de tránsito y un cielo de sospechosa grisura que arrojará un par de gotas indecisas sobre el mediodía del miércoles.

Se podría decir que está lloviendo. O que lloverá. O que se largó. O que está por llover.

El escritor francés Marcel Proust lo dijo así: "Un golpecito en el cristal, como si tiraran algo; luego, un caer ligero y amplio, como granos de arena lanzados desde una ventana, y por fin, ese caer se extiende, toma reglas, adopta ritmo y se hace fluido, sonoro, musical, incontable, universal: llueve".

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