ÚLTIMO MOMENTO
El personaje exudaba cierto tinte estrafalario. Era de muy baja estatura, afecto a los autos deportivos y dueño de un carácter volcánico. Con lo cual podemos decir que cargaba con la unánime cruz de los petisos. Un complejo sin solución.
Vivía en un chalé de doble planta ubicado en una esquina de alto valor inmobiliario. Su insolvencia con el Banco Provincia le costó la vivienda que estaba en garantía. Juzgó entonces que lo último que haría sería entregar la propiedad al banco. A tono con su personalidad, o tal vez con su forma de ver el mundo, el sujeto contrató a una empresa de demoliciones y ordenó la destrucción de su casa. El hombre de la topadora no hizo preguntas. Avanzó sobre la hermosa residencia y en tres días sólo quedaba el apagado murmullo de las ruinas polvorientas ante el estupor de los vecinos.
No es frecuente el impropio espectáculo de asistir a la demolición de un flamante chalé, horas después de la obligada mudanza familiar. Dicen que lo único que quedó, reverberando entre los escombros, fue el eco de la maldición que nuestro personaje lanzó hacia la posteridad. Luego el banco tomó posesión del inmueble destruido. Al fin de cuentas la tierra conservaba su valor.
Tiempo después un vecino compró el lote y sobre los cimientos construyó otra edificación aún más bella e imponente que la demolida, a la cual le dio un destino de oficinas de su empresa. Pero dos años más tarde el cartel de venta estampado sobre la fachada sorprendió nuevamente al vecindario. Entre los rumores observados por las comadres del barrio merodeó la versión de que el lugar estaba maldito. Una mujer que pidió reserva sostuvo la creencia de que un gnomo de lentes negros y con un hacha en la mano circulaba por las noches profiriendo insultos de todo calibre. Habladurías. Es evidente que en el barrio aún pervive el fantasma del petiso estrafalario demoliendo su casa. Lo cierto es que se trata de una leyenda urbana. El empresario no vende la propiedad corrido por los espectros de una maldición esotérica ni debido a la aparición de ningún ser sobrenatural. Es, simplemente, una cuestión de negocios. Por otra parte, ninguna desgracia le ocurrió al construir y ocupar el inmueble. Tampoco al desocuparlo. No sufrió pérdidas de familia, no quebró su empresa, no enfermó de ninguna patología.
Cinco años después de la narración de estos hechos, todo está como era entonces. Es probable que le decisión del propietario, racional, concienzuda, se mantenga sin fisuras. Sacarle a la casa la plata que quiere sacarle, o dejarla así como está. Es decir, que ninguna otra cuestión, externa o interna, haya influido en torno a esta historia.
Sea como sea, la casa permanece petrificada en el tiempo, envuelta en un halo fantasmagórico, sin vender, sin alquilar, sin que nadie la ocupe, ni siquiera un ocupa. Eternamente vacía en una esquina muy taquillera, cercana al Lago, casi una colorida bóveda a la que los vecinos creen que si perdura así hasta el final de los tiempos, como un esqueleto de ladrillos y hormigón, es por la energía karmática a que la sometió la maldición del petiso.
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