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Hace algunos días conté la historia del nombre de una calle, más precisamente el de la calle Holmberg. Como suele ocurrir -y eso es buenísimo- al dato central de la nota (que Eduardo Holmberg fue el naturalista que predijo, tras subir a la Piedra Movediza tres veces, cómo podría ser su amargo final, cosa que acertó en pleno), se le agregaron otros testimonios que aportaron los lectores.
Se acerca el 2 de abril y hay una novedad al respecto, ligada íntimamente con la guerra de Malvinas. Una calle -para más precisión un pasaje- ya deja para siempre entre nosotros el nombre de Marcelo "Pato" Zampatti. Y la aclaración en la señalética con las siglas de tres letras: Veterano de Malvinas.
Para llegar hasta el lugar desde, pongamos, el centro, se puede ir por Quintana, cruzar Pujol, atravesar el barrio Procrear, luego la calle que le dedicaron a Américo Reynoso, y ya en el corazón del Barrio de los Municipales está el pasaje que lo recuerda. Y lo recuerda en principio como veterano de la Guerra de Malvinas, pero también tácitamente como lo que fue años después de terminada la guerra, un muy querido trabajador municipal.
En el medio de estas dos instancias definitivas para su vida, la guerra y un empleo en el que se desempeñó hasta el final de su vida, el "Pato" Zampatti hizo otra cosa, y fue ahí donde yo lo conocí: trabajó en la cerrajería de "Banderita" -por ese apodo era llamado el cerrajero-, negocio que aún creo que está desde entonces, sobre calle Chacabuco, a pasitos de España. Eso ocurrió, años más, años menos, entre el 85 y el 90. Luego, al mudarme, lo perdí de vista, y en ese momento, cuando lo conocí, no tenía la menor idea de que había sido un cabo segundo de la Armada Argentina, clase 63, que había estado en la guerra participando de la Operación Rosario (a sugerencia del teniente coronel Seineldín así se llamó la operación de reconquista de las islas), y que también había asistido a los náufragos del destructor Belgrano.
Sólo unos cuantos años después y cuando Malvinas empezó a quedar en los libros de historia como la demencial jugada de la dictadura militar para sostenerse en el poder y la nobleza de sus muertos, héroes y sobrevivientes del conflicto, encontré su cara en los diarios, cuando lo vi llevar la bandera en los desfiles, lucir su medalla de ex combatiente, o dar alguna charla de lo vivido en la guerra de 1982.
Pensé entonces en el silencio y el ocultamiento con que fueron devueltos al continente los soldados argentinos tras la derrota, pensé en lo que famosamente es uno de los más hermosos silogismos de Borges (cito de memoria: la derrota tiene una dignidad que la victoria no conoce), y pensé que algún día nos íbamos a encontrar para que me contara su historia, qué lo decidió a entrar a estudiar en la Armada, y el evento decisivo que obró para que la dejara. Pasó de andar como maquinista naval arriba de un barco de guerra a aprendiz de cerrajero, y luego se subió a una ambulancia del hospital público donde se ganó el cariño y el respeto de sus compañeros y, en especial, de los innumerables pacientes que llevó al Hospital o regresó a su casa.
Nunca supe cómo fue su propio regreso al hogar de todos, nuestra ciudad, pero si hay algo que brillaba en su estampa cada 2 de abril -y en cada acto donde los veteranos se reunían- era el orgullo de haber sido, de recordar a sus compañeros caídos y de haber pertenecido a una causa justa que seguramente cambió su destino para siempre. Murió cuando todavía tenía mucho para vivir, y, como suele ocurrir, cada 2 de abril se hace más hondo el hueco de la ausencia.
Entre tantas calles cuyos nombres no nos dicen nada, hay ahora una más donde la memoria florece al compás de la identidad. Sabemos quién fue Marcelo "Patito" Zampatti. Lo sabemos sus contemporáneos y también lo sabrán las generaciones por venir. Lo mejor es que además de ser una calle del Barrio de los Trabajadores Municipales, esa calle en sí tiene la categoría urbanística de pasaje, es decir de un lugar diferenciado que obra como puente entre un sitio y otro, entre una esquina y otra, un tiempo detenido o ralentizado en la circulación del mundo. Tenemos en esta ciudad, por sólo citar algunos, el Pasaje Pontaut (por Luis Arnaldo, el gran escritor lugareño), el Pasaje Chopin, el Pasaje Gabriela Mistral y tantos otros. También desde ayer tenemos el Pasaje Patito, navegando intacto entre las aguas de la memoria.
Fotografía: gentileza de Sandra Mabel Silvagni.
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