Historias VOLVER
En una mesa del bar todavía le están costando las costillas al tipo que inventó la Adventure Race y los cerca de 1300 atletas que anduvieron el fin de semana por la ciudad. Son pecados de pueblo, los últimos pecados -digamos- de lo último que de pueblo nos va quedando. Pero sea como sea, ahí lo tenemos al Tucu haciendo números al boleo cuando Roque le cambia la bocha de manera súbita, lo distrae con un tema que aún no han rozado, nada más ni nada menos que la cuestión del apellido, de las genealogías, de las tradiciones y las tensiones que circulan de padre a hijo.
-Yo no lo vi, pero dudo muchísimo que el hijo sea mejor que el padre -dice.
-¿De qué hablás? -el Tucu intenta pescar qué oscura divagación sobrevuela la mente de su amigo.
-Del hijo del Mono Navarro Montoya. Y, si querés, de los hijos de todos los padres del mundo, pero, en especial, de los padres con mucho volumen, de esos padres donde el apellido te pesa hasta cuando vas al baño.
-No te estaría entendiendo.
-Que el hijo de Navarro Montoya, uno de los mejores arqueros que tuvo Boca en toda su historia, ataja en Santamarina. Y que, obviamente, ese puesto se lo dio el padre, entrenador del aurinegro.
Un silencio pesado cae en picada sobre la mesa. El mozo va a llegar en cualquier momento para hacer su aporte. El Tucu está fastidiado porque Roque lo sacó de su máquina de contar costillas. Y además él no tiene hijos, por eso dice que no puede opinar, pero que seguramente el arco de Santamarina es mucho más chico que el arco de Boca.
Roque confiesa que no conoce los atributos para el arco del Hijo de Navarro Montoya, razón por la cual cualquier opinión sería injusta, pero que -ya hablando en un plano más general- los Hijos de los Padres que Hicieron Algo la tienen más fácil para llegar y muy difícil para mantenerse. Dice también que hay casos donde los Hijos están a la altura de esos Padres (y hasta eventualmente pueden superarlos), pero que el efecto de un apellido potente suele pesar más que el ancla del Titanic, sobre todo si el Hijo sigue calcadamente los pasos de su Padre, es decir que se dedica a lo mismo, sea arquero, médico, comerciante o bombero voluntario.
-Ajá, ¿y entonces? -el Tucu pregunta como para cerrar una conclusión.
-Eso, que lo que puede ser un beneficio a la larga también te puede jorobar.
-Yo tengo un caso patente como ejemplo, aunque el hijo de mi historia no sea un varón -dice el Tucu-: No tenemos que irnos hasta Navarro Montoya y su primogénito. Vamos a un caso de acá a la vuelta nomás. El padre, don Mundo Yepaiel, que en paz descanse. Inventó Al Ver Verás, la madre de las parrillas. Era famoso por su talento comercial y su cordialidad, además de las invencibles empanadas. Una vez que partió al otro mundo tomó la posta de la parrilla su hija, Lichi Yepaiel. Mismo apellido, misma sangre, idéntico carisma. Y si te apuro, hoy vos no sabrías decirme muy bien quién fue mejor, si Mundo o la hija, ¿o no?
A Roque le revienta que el demoledor sentido común de su amigo del bar le haga temblar el esqueleto de sus argumentos largamente estudiados, pero ahora no le queda otra. Le dice que sí, que aunque él estaba hablando de padres varones con hijos varones, el ejemplo de los Yepaiel resulta indiscutible, aunque más como la excepción que admite toda regla general.
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