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Todo el mundo espera el viernes. Aunque laborable contiene algo que todavía rinde, que no está sujeto a la dictadura de la moda: el poder de la víspera. Algo puede pasar en las últimas horas del viernes -es decir cuando comienza el descanso- o ya directamente en el fin de semana.
Yo también espero con idéntico fervor a un gasista. Se llama Facundo y viene, presiento, por una misión compleja: salvar de la muerte al calefactor Inpopar que lleva 25 años de vida útil. Muy baqueteado, ayer dio señales de caducar: lo probé ante la inminencia del frío antártico lugareño y el Impopar no arrancó.
En desventaja numérica pero sobre todo epocal, el Inpopar batalla con los dos CTZ que completan la calefacción de mi casa. Por lo que vagamente recuerdo la fábrica Inpopar -la marca era con N en sus orígenes- fue creada por Usandizaga, un empresario local y en sus días más difíciles terminó en cooperativa. Por otra parte, es inevitable ver un CTZ y no evocar la conversación que hace unos catorce años mantuve con el hoy fallecido Alberto Tazza, el virtual creador de la maravilla. En esa charla para un libro que estaba haciendo me enteré del origen de la marca: las tres iniciales contenían a sus creadores: Coopens, Tazza y Carlos Zulberti (el papá del Loco).
Tazza me contó que la cuestión del calefactor fue casi por azar. Era tornero y había mecanizado pistones para Ronicevi, hasta que tras un breve paso por la Metalúrgica Tandil, logró comprar el herramental para hacer poleas industriales que vendía en el interior del país. Este lento tránsito de empleado a industrial cambió radicalmente su vida. Fue así que comenzó a mecanizar tapas de cilindros. Un día vio que el negocio no rendía como antes y pegó el volantazo. Lo que sigue es textual de Tazza:
"La historia del calefactor fue una casualidad. Transcurría el tiempo y el trabajo de mecanizado estaba dejando de ser negocio. Al lado de mi casa, donde hoy está Camuzzi, un grupo de personas comienzan a hacer algunos prototipos de calefactores que me despertaron curiosidad. Solía concurrir al lugar y como yo siempre fui un tipo que me gustó meter la cuchara, me permitieron aportar algunas ideas, hasta que me piden que les fabrique el herramental y la matricería para fabricar dichos artefactos. Durante nueve años realicé estas tareas. Un día, a partir de una simple conversación, nace el proyecto de la fábrica propia. Nos iniciamos tres socios: Erik Coopens como diseñador, Carlos Zulberti en la parte comercial, y yo aporté mi experiencia en la construcción del herramental y la matricaria". Esto fue en 1979 y -que se sepa- el CTZ sigue siendo un calefactor invencible.
Por la mañana llega el gasista. Le cuento la historia de mi agonizante Inpopar, presumiendo que va ir a parar a la chatarra. "Vamos a verlo", dice Facundo. Lo dejo trabajar y me siento a escribir. Una hora y pico después me llama y advierto al Inpopar resucitado, nuevamente empotrado, encendido, con esa dignidad de los viejos que erguidos en su bastón pasean por la calle su longeva vitalidad.
"¿Cuánto hace que no lo limpiabas?", me pregunta Facundo. Le digo que nunca lo hice. "Con razón", dice y le da un golpecito a la chapa del Inpopar, como reconociendo la nobleza del maltratado calefactor.
Que llegue el frío nomás. El Inpopar resiste, como todos nosotros.
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