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Parada de colectivos en la plaza del centro. Un tipo, gordo, canoso, que avisa que este miércoles se celebra el Día del Helado y que para él, por más cosa piripipí que se le ponga al helado actual, con esos gustos sofisticados, colores con mezclas extravagantes y que -se ataja- en una de esas seguramente que son muy ricos, todo eso, dice, no puede ni compararse con los helados de antes.
El chico que lo escucha, que debe ser su nieto, no tiene ni idea de qué cosa está hablando ese pintoresco geronte de los tiempos idos. Una mujer algo más joven que también lo escucha -porque si prestamos atención las paradas de los colectivos, cuando se habla, deben ser uno de los últimos lugares donde ocurre la conversación pública-, una mujer dice que no estaría del todo de acuerdo, que ella, por su edad, probó los dos, los de antes y los de ahora, y que por lo tanto habla por experiencia propia (cosa que recuerda el título-chiste del monólogo que hacía Pepo Sanzano "No lo digo por experiencia propia sino porque lo he vivido).
Pero el gordo, que lleva los pantalones con los fundillos caídos, insiste, con ese proverbial empecinamiento que dan los años, que ninguno, pero ninguno -remarca- de todos los helados habidos y por haber, le emparda el sabor y, atención con esa palabrita, la genuinidad, de los helados de otrora.
-¿La qué...? -dice la mujer que tendrá unos diez años menos que el setentón.
-La genuinidad, señora. Lo genuino, lo verdadero, lo propio...
-Lo autóctono -aporta una señora con cara de maestra, tercera habitante del refugio de colectivos.
Entonces el gordo, envalentonado por el reduccionismo de su teoría de que todo tiempo pasado fue mejor, dice que ni Figlio, ni Pronto, ni ninguna de esas franquicias pedorras de nombres raros (se refiere a una heladería de la Avenida España), ni el proletario Iglú, ni tampoco -aunque sería el que más cerca está del Helado Perfecto, ni tampoco, remarca los queridos helados Pepe, alcanzan la cima del Aconcagua del Helado, señora, señor, escuchen la voz de la experiencia, dice el gordo.
Y el resto, más por educación que por otra cosa, escucha que el gordo levanta la mano derecha y hace la V de la victoria. Pero no hay que confundirse, no se refiere al peronismo sino a un número: el 2.
-Eran dos las Palabras Mayores del Helado de nuestra ciudad. Los helados que se hacían en la heladería La Porteña, a pocas cuadras de la cruz del Calvario, y los gloriosos helados del viejo Renzo en su gran salón de calle Rodríguez. Dicen que facturaba tanto que pasaba los tres meses de verano en Tandil y el resto del año en su amada Italia. Mi corazón, dice el gordo, estaba con la familia Renzo, pero el corazón del paladar familiar con La Porteña, a donde íbamos los domingos. Pero los sábados eran de Renzo. ¡Esos eran helados, señores!", dice el gordo. Y con la suicida autoridad de la nostalgia enuncia categórico: "El resto es chamuyo". Y luego traza el arqueo contable del sabor: chocolate, crema, frutilla, dulce de leche y limón. Cinco gustos, dice, y redondea una analogía disparatada: "Tal como cinco eran las líneas de los colectivos: amarilla, azul, verde, roja y blanca. La belleza de lo simple", remarca.
Nadie dice más nada, hasta que un último habitante del refugio de colectivos, un tipo con cara de nada que hasta ese momento no había soltado ni una sola palabrita, dice con un aire de no importarle nada de lo que se está hablando: "Si seguimos así pronto van a inventar el día de las fiambrerías".
Telón.
Fotografías: Raíces Tanas.
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