Historias VOLVER
Hace unos cuantos meses el amigo Franco Cabrera me viene pidiendo esto: que escriba de una vez por todas sobre la maldición derrotada. Los que lo conocen saben que no es un tipo que se vanaglorie de sus aciertos, ni tampoco se queda colgado de sus errores. Hoy debe ser el empresario gastronómico más importante de la ciudad (hasta él ya perdió la cuenta de los restaurantes y parrillas que tiene).
También -vale aclararlo, como bien lo dijo Pepo Sanzano-, nuestro personaje es seguramente el que mejor trata a los artistas que contrata, y esto lo puede certificar cualquiera, sobre todo teniendo en cuenta que hay un lugarcito cuyo nombre prefiero no recordar donde hasta la botella de agua le cobran al tipo que sube al escenario. En fin, todo esto viene a cuento porque lo que pide Franco es lógico, se lo merece, se lo ha ganado. No cualquiera, en una ciudad que tiene sus esquinas y lugares fatalmente condenados (por la fuerza de la superstición, por ineptitud de gestión, por el fracaso del marketing o por lo que sea) logra dar vuelta una historia.
El asunto tiene que ver con la esquina de Yrigoyen y San Martín, vértice que durante buena parte del siglo pasado cobijó a la venerada bicicletaría de don Jorge Ruda.
Voy a cometer la tropelía de citarme a mí mismo, porque algo de esto conté en el primer tomo de Historias al paso. En 2022 escribí esto: "Se le atribuye al fantasma del viejo Jorge Ruda la maldición de que nada funcione en la esquina de Yrigoyen y San Martín. El pensamiento oficial del mundo no acepta estos designios inescrutables, pero los hechos mandan. Ruda fundó su bicicletería en 1947 y debió cerrarla en 1993, puesto que los propietarios le pidieron el local que alquilaba y nunca había podido comprar. Pero cuarenta y siete años en el lugar lo pintaron en la mismidad del paisaje como si hubiera estado allí desde que Martín Rodríguez ordenó levantar el fuerte de Tandil.
"Durante los veinticinco años posteriores al cierre de la bicicletería ningún negocio prosperó en el lugar. Pasaron por allí decenas de emprendimientos. Cuentapropistas, sociedades anónimas, comerciantes de rubros disímiles, cada intento realizado bajo las cenizas aún tibias del comercio que se había fundido, terminó en ruina. Las últimas intentonas no dejan margen para la esperanza. Dos empresarios exitosos, Gabriel Fuente y su amigo Sergio Arenas, invirtieron una pequeña fortuna incursionando en el rubro gastronómico. El final de la aventura, tras haberle comprado a Ricardo Colucci la pizzería Dominó -que pasó a llamarse Dominus- los encontró muy lejos de recuperar la inversión y, lo que es peor, con una fuerte distorsión en el hábito alimenticio. Fuente de hecho engordó 30 kilos. Cuando se hartaron de perder plata vendieron el fondo de comercio y así el círculo infernal empezó de nuevo: pintura del frente y cambio del nombre de fantasía. El infortunio empírico del nuevo dueño en la esquina imposible concluyó la noche que sirvió una modalidad de pizza desconocida: la muzzarella al vitreaux, puesto que dos clientas debieron ser internadas ante la ingesta de partículas de vidrio molido que se le pasó al cocinero en un descuido garrafal.
"Las herramientas académicas no pueden interpretar este fatídico y recurrente corolario, sobre todo porque consideran que la location es inmejorable, a una cuadra del pleno centro. Sin embargo, el fracaso está tatuado en el alma del lugar, como si el fantasma del viejo Ruda desde el más allá hubiera hechizado el sitio condenándolo a una categoría ontológica definitiva: la certeza de ya no ser".
Bueno, tres años después todo esto también ya forma parte del pasado. Sin triunfalismos pero con la satisfacción de haber roto uno de los anatemas más truculentos en cuanto a esquinas y lugares, Franco Cabrera me hace saber que Cantina Pink finalmente logró torcer la maldición hasta reducirla a la nada misma. Según lo que canta la caja registradora no quedan ni los vestigios del fracaso. Voces dignas de crédito no aluden solamente a la propuesta gastronómica, el servicio y todo lo que sabemos que tiene que ocurrir para que un lugar funcione: también revelan que apenas Franco y sus socios alquilaron la propiedad, una conocida "chamana" o sanadora de la comarca fue convocada para que limpiara el lugar de las malas vibras, un ritual de limpieza energética que purificó hasta el último rincón del antiguo inmueble.
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