AGUAFUERTES VOLVER
Entonces debe haber sido entre las 9 y las diez de la mañana que hubo un corte de luz y la Avenida España de punta a punta quedó con los semáforos muertos. Notablemente, para quienes nos gusta detenernos (pero seguir manejando) en esos pequeños detalles donde el piloto automático del devenir se corre, pasó lo siguiente.
La muerte -debiéramos decir mejor la temporaria suspensión de vida- de los semáforos produjo, con el despiste de cruzar el primer semáforo en negro (ese es el color del semáforo apagado) una percepción cercana a la inquietud. Algo se ha desacomodado. Cada uno tomó ese momento de irrealidad como pudo: algunos frenaron por inercia, otros pisaron el acelerador antes de que el negro -cuarto color del semáforo imposible- mutara rápidamente a sus tres tonalidades básicas.
A la inquietud iniciática, ya para cuando uno pasó San Lorenzo -yendo del Calvario al Monumento al Gaucho- se le sumó una ligera indignación moral: "Carajo, no andan los semáforos".
Luego, transitando la congestión selvática que produce Rodríguez cruzando la Avenida de la Gran Cruz, el asunto viró a un estado que podríamos llamar "Alerta por Tamaño". Primero pasa el que más grande la tiene. En ese sentido, con semáforos o sin ellos, las camionetas Amarox, Toyota Hilux y todas sus variantes, irradian esa superioridad con tufo a garca del que la conduce: siempre uno siente que lo miran desde arriba.
Pero claro, al quinto semáforo todos, sin importancia de tamaño o cantidad de ruedas sobre las que se desplazan, han tomado debida conciencia de algo: la muerte del Estado, del Pater Familias, del Padre Tránsito. El forfay del Leviatan de nuestro manicomio a cielo abierto. Porque fue el Estado Municipal el que en los 60 inventó la garita de policía (ahí está, en esa foto preciosa, la garita de la esquina del Bar Ideal para hacernos saber que alguien ahí ordenaba el loquero). La evolución de la garita -o mejor dicho su extinción- se la debemos a la Inteligencia Artificial de entonces: el invento del semáforo.
Un dato que nunca está de más (es más fácil copiar una foto que un dato): el primer semáforo de este pueblito lo fue a buscar en el 64, antes del golpe de Estado que lo mandó a su casa, el intendente José "Pepe" Lunghi a Mar del Plata. Pero el segundo o el tercero, atenti con el orgullo local, lo fabricó un vecino que hasta lo patentó: un tal Fito, que sabía bastante de electrónica, concibió los primeros semáforos de Tandil en la década del 70. En la caja de comando había grabado el nombre de su empresa: "Tránsito Fito". Lo concibió en su taller ubicado en la calle 9 de Julio pasando España. Treinta años después otro tipo inventó el semáforo con cuenta regresiva (como los actuales), lo levantó en la esquina de Al Ver Verás (Alem y Las Heras) y produjo un acto surreal que conservan los diarios: el intendente Zanatelli asistiendo... ¡a la inauguración de un semáforo! (juro por Dios que esto es cierto)
Ahora volvemos, precisamente, a España, a la mañana de este miércoles, entre las 9 y media y diez. Advertimos que a los tres minutos de la muerte de los semáforos, tal pérdida se ha naturalizado y cada uno hace lo que quiere para cruzar la calle en medio del natural despelote. Ya el tamaño no atemoriza a nadie. Cada uno cruza cuando se le canta y cuando ve la posibilidad de que no se lo van a llevar puesto. El reloj de la historia, en esos momentos, ha retrocedido más de cincuenta años. La inquietud inicial va mutando a cierto relajo. Una región del cerebro, es decir nuestro semáforo interior, suelta el acto catártico que no percibimos de inmediato: todos estamos un poco hartos de tantos semáforos. El caos y el goce reinan, como si alguien hubiera dejado abierta la puerta del zoológico.
Hasta que de golpe la energía eléctrica regresa, los semáforos reviven y todo esto ocurre sin lamentar víctimas. Entonces la verdadera locura social se reinstala como la trompada que el de atrás está dispuesto a pegarte con un bocinazo destemplado si pasan ¡dos segundos! ¡dos segundos! que el semáforo dio verde y vos no moviste el auto hacia adelante.
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