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Ojotas

¿Tiene buena prensa la ojota? En los debates livianitos de este tiempo se discute qué es mejor, si las ojotas o las crocs. Estamos ahí en una suerte de encrucijada: tal vez se debería elegir entre el confort o la estética.

La ojota es constitutiva del verano. Parece ser ese calzado que duerme las tres cuartas partes del año en algún oscuro rincón del placar o en el piso de la mesa de luz, archivado, olvidado, y que guarda todavía los rastros microscópicos de la arena si ese verano hubo playa, hubo mar, hubo, en fin, ese lugar que la ojota reclama para sí con el liderazgo que propiamente le dio la historia.

Ahora bien, hay gente -se calcula que una minoría- más dependiente de su ojota, y más generosa en su uso. En la primavera nomás produce el movimiento que saca a la ojota de cueva y la regresa al mundo de los vivos.

Las crocs, en cambio, nacieron en el siglo veintiuno y, como tal, es hija de ese entusiasmo programado que se llama moda. Ya sé: moda hubo siempre y tal vez las ojotas respondan a ese mismo procedimiento. De acuerdo, pero estamos hablando de un clásico. Eso, las ojotas contienen un clacisismo del que las crocs carecen. Un hombre de 85 años usó ojotas por la razón de que fue inventada en 1920. Ahí tenemos tres generaciones de ojotenses (neologismo que acabo de inventar).

Y eso que en términos de comodidad pura su diseño tiene falencias. Por ejemplo el calce. Una ojota calza bien a partir de la imbricación armónica de los tres elementos, el de la ojota en sí con el dedo gordo del pie y el dedo que le sigue (que no me acuerdo ahora qué nombre tiene y no quiero buscar en Wilkipedia). Esa mímesis de los dedos con el gancho (por decirlo así) es parte del secreto: si la santísima trinidad no marida bien, la ojota es incómoda, sobre todo para el movimiento.

Hay otro aspecto más bien filosófico: la ojota propone ir hacia adelante. No le gusta el retroceso (de allí la frase más o menos textual de lo jodido que se hace "recular en ojotas" ). El pasado le queda a contramano. La ojota va hacia el futuro y a veces, como en la fotografía que ilustra esta nota, combina pasado y presente, y carencia con imaginación. En la foto cinco chicos de un lugar ostensiblemente pobre no tienen un I Phone para hacerse una selfie. Entonces uno de ellos hace lo que hacíamos nosotros en la infancia con el palo de escoba: convertirlo en caballito o escopeta, según el juego. Y ellos, los chicos, transforman a la ojota en un teléfono celular. Y se sacan una selfie tremenda. Hay que detenerse un instante para ver bien la foto: tres chicos miran a la ojota con gesto picaresco, riéndose de la broma en sí, pero dos observan de refilón y con expresión cómplice al fotógrafo que está sacando la foto de la selfie. Una ojota gastada, que alguna vez fue de color verde, ausente del pie de uno de los niños de la foto, permite el sortilegio, la fantasía en medio de la carencia. (De acuerdo, es lícito pensar que al fotógrafo adulto se le ocurrió la imagen para componer la foto, pero yo prefiero quedarme con que el ingenio fue disparado por la fantasía infantil).

Sea como sea, algo de eso tiene la ojota en sí: nos iguala un poco a todos a la hora de largarnos a caminar.

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