Historias VOLVER
Hace algo más de veinte años, tal vez un poco más, en una mesa del Bar Ideal el amigo de un amigo, un tipo muy cordial, me dijo esto: "Una vida sin problemas es como un camino sin curvas".
Luchessi era su apellido. Tal vez cuando termine de escribir esta nota, del cable que conecta el cerebro a mis manos fluya su nombre. No era filósofo Luchessi. Tal vez como Aníbal Tuculet, mi amigo, se dedicaba al campo, o a algo parecido.
La sentencia en sí tampoco es una genialidad, pero tiene, en el territorio de la metáfora, su inmediato efecto. Todos alguna vez hemos tenido que comernos una recta larga, larguísima, casi infinita (yo recuerdo una que iba de Bahía Blanca hacia Río Negro, creo) donde los que la pasaban mejor eran quienes tenían en el auto ese instrumento llamado velocidad crucero que permite, entre otras cosas, estirar las piernas, descansarlas, sobre todo el pie derecho, el del acelerador.
También debemos pensar que hay curvas y curvas. ¿A qué viene todo esto? A que en mis archivos titila una perla del Macondo lugareño. Son días difíciles (días trágicos para gente amiga, días horribles, días donde escribir se hace cuesta arriba, días donde el verano -siempre los veranos son así- destila su lado macabro: accidentes de ruta, ahogados en el mar, vidas que se pierden en plena juventud, incendios y muchos etcéteras). Entonces porque uno respeta a rajatabla y como un credo de fe la sentencia de Plinio El Viejo (Nulla dies sine línea), esto es: ni un día sin escribir, entonces, decía, uno se sienta y escribe, más por instinto, y porque escribir siempre implica el acto de conectar con el otro, que está tan solo como uno frente al inconmensurable sinsentido de la vida.
Entonces, decía, el archivo de mis notas (más de 5.000) titila. Un día como hoy de hace quince años pasó lo siguiente.
Un tipo que venía de mal en peor llegó esa noche caminando hasta un boliche de la Avenida España (creo que era Macoco). Robó un auto y tal vez un poco adobado encaró por el hilo pedregoso que entonces era la calle Brasil, pasó el cementerio y llegó jugadísimo a la Curva de la Muerte. Derrapó, dio contra el guardarrail y ahí termino su aventura. Lo llevaron preso a la comisaría primera. Horas después apareció el dueño de la casa que el tipo alquilaba. "Me debe un año de alquiler y no puedo sacarlo. Hágame el favor de tenerlo en cana hasta mañana", le rogó al comisario. El taquero accedió. El tipo llamó a un techista y a la velocidad de la luz le sacó, íntegro, el techo a su casa. Cuando lo soltaron, nuestro personaje entró a la vivienda y fue como si estuviera en Kosovo. No le quedó más remedio que irse. Terminó durmiendo en la Terminal de Ómnibus, allí donde van a pernoctar los que están en la lona de verdad.
Tiempo después la Curva de la Muerte murió a manos de la modernidad. Ahora hay un cruce con el semáforo más largo del mundo y en el interior del vértice un inesperado centro comercial. Ah, Luchessi, el del aforismo de la curva, se llamaba, creo, Emilio. Emilio Luchessi, si mal no recuerdo. Un buen tipo del Tandil de los años felices.
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