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Un meme y "El Murciélago"

Del lado que uno esté, puesto que aquella grieta ya ha tomado la dimensión de la famosa zanja de Alsina, a veces una sola cuestión puede rescatarnos del hastío: el meme, siempre catártico, también entraña algo de alivio, una bocanada de sosiego.

Así funciona el humor en defensa propia. Hoy, cuando todo lo que nos rodea -nosotros incluidos- está sujeto a la burla, a la mofa, que es -salvo la selección nacional de fútbol- el único vaso comunicante entre los argentinos, el meme resulta una especie de granada que vuela entre trinchera y trinchera. Su eficacia depende de muchas cosas: el sentido de la oportunidad, cierta predisposición natural del personaje para la proyección de la sátira (condición no excluyente, pero sí con notable ventaja a la hora del resultado final), y, claro está, la categoría básica que le da un sentido: el rencor que lo engendra.

Ayer, entre las decenas de memes que pueblan Twitter apareció uno muy original: estaba Trump mirando por una ventana del piso superior y abajo, sentado en el refugio de una parada de micros, aparecía Milei. La alusión indirecta a Bebé Reno, la serie donde una mujer acosaba sin cesar al hombre que le gustaba, entraba como un puñetazo en la mandíbula del lector. El meme era buenísimo por donde se lo mire; la desesperación de Milei para seducir al flamante presidente de Estados Unidos, esperándolo allá abajo, humillado y estoico, expresaba eso que tan arduamente está gestionando hoy la cancillería argentina: la visita de Milei, cuanto antes, a Trump. El meme era tan eficaz porque mordía con filo, hacía funcionar el grotesco real, una suerte de la dialéctica de aquellas "relaciones carnales" de Menem de los noventa llevada al meme estético del siglo XXI.

Es cierto que a muchos de nosotros todo lo que está pasando nos resulta de una banalidad patética; también es cierto que mucha otra gente cree que Milei está haciendo una revolución, llevado por el viento de cola de quince años de estelares fracasos y un manejo del poder con mano de hierro y aire de mesías. Nos guste o no, así funciona el poder en la Argentina. Lo que sí parece que están demostrando los militantes libertarios, criados en la cultura de las redes sociales, es el poco aguante que tienen para la trinchera real, es decir la vida fuera del telefonito. Ayer, un personaje que tuitea con la cuenta de La Pistarini, libertario dedicado a la burla en Twitter, arrugó como un campeón cuando en un avión se encontró con el cantante Dillom, uno de los tipos que había bardeado.

Sea como sea, hay que contarle a las nuevas generaciones que el meme de hoy era la caricatura de ayer, y que en otros tiempos lo que se decía con el pico había que sostenerlo con el cuero. Breve apunte histórico: un 24 de julio de 1904 en Tandil ocurrió un acontecimiento cismático para el periodismo local. El hecho se produjo por una caricatura aparecida en el periódico El Murciélago. Su editor responsable Alejandro Setzes publicó la caricatura de Antonio G. del Valle, un político reputado por su carácter árido. La caricatura era el genuino rostro del sujeto pero con una enorme cornamenta incrustada en su sombrero pajizo. Setzes era radical y el dibujito -lo que sería el meme de hoy- le costó la vida. Al día siguiente fue asesinado a balazos por Del Valle, con lo cual se confirmó que en aquellos años llamar cornudo a alguien no le salía gratis a nadie.

Hay por lo menos dos clases de memes: el político y el personal. El meme político pertenece a la esfera de lo público, y como casi todo acto es político el meme, además de su terapéutica catártica, también es una toma de opinión. En el personal se juegan otras cosas y nunca está de más un poco de prudencia.

Han pasado más de cien años del crimen por una caricatura. Se podrá decir que la noción del honor se ha devaluado tanto como el insulto impune y casi siempre anónimo detrás de un teclado, en la fétida cloaca de las redes sociales donde resulta imposible imaginar que un día te podés encontrar cara a cara con el tipo que lapidaste. Entonces aparece la vida real, allí donde como dice el refrán los pingos se ven en la cancha.

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