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Anoche Vignolo, alias el Pollo, un hombre que por esas cosas inexplicables de este país ha llegado a lo más alto de la cumbre del relato futbolero -es una de las voces de ESPN- arrojó el aire esta descripción en el momento que Racing salió a la cancha en medio del espectáculo impresionante de los fuegos artificiales.
"El humo es casi una persiana que no deja ver a los jugadores", dijo.
Esa figura lamentable es lo único que emergió de su cerebro, ya no sólo denigrando la belleza que los fuegos imponían sino reduciéndola a una imagen de ferretería.
Inhábil para la metáfora, con un léxico tan pobre (tal vez no supere las doscientas palabras) y sin timing para imbricar los dos lenguajes que propone el relato televisivo -el partido que todo el mundo observa y el partido que el relator "ve", el que produce su propia imaginación, como una segunda voz narrando la pura imagen-, Vignolo es la negación del relato. Y sin embargo, ahí está y, como parece, ahí estará por mucho tiempo más.
La palabra "narrar" significa "el que sabe". Por eso hay tipos que relatan y hay tipos que narran. Ejemplo, el gordo José María Muñoz relataba, era, como bien decía su apodo artístico, "el relator de América". Muñoz relataba de verdad. Narrar es otra cosa. Narrar es contar. Víctor Hugo Morales, el mejor de todos, es el arquetipo del narrador en el fútbol, el que más sabe. En Fórmula 1 está Fernando Tornello. Basta escuchar a cualquier joven relator en la tele pública relatando carreras de autos, para entender a la distancia sideral que están de Tornello.
En los 90 había un relator que inventó algo -cierta desmesura, cierto corte con la tradición del relato formalista: Marcelo Araujo. Podría gustarte o no (a mí no me gustaba) pero tenía algo distinto, y, como en todo efecto contraste, era muy efectiva la dupla con la seriedad inquebrantable de su comentarista, Macaya Márquez.
Vignolo es un castigo, como el que debemos padecer todos los que nos gusta el tenis con el martirio de José Luis Clerc, otro personaje al que no se le cae una metáfora ni de casualidad, y que además tropieza burdamente con la sintaxis. Su contracara es la riqueza conceptual y dialéctica de Javier Frana.
Pero Vignolo es peor porque se califica como periodista y como relator. Describir como "una persiana" que le tapaba la vista al efecto de los fuegos artificiales que arrojó la hinchada académica en el cilindro de Avellaneda, es el mejor testimonio de la retórica del lugar común. Podría haber dicho una bruma, una nube, un telón de humo, una niebla... Pero no. Fue la persiana de Vignolo. Menos mal que tenemos a Mariano Closs, actualmente el mejor por lejos.
Todavía hoy algunos se preguntan (como si fuera importante) si la extraordinaria figura literaria con que Víctor Hugo inmortalizó el segundo gol de Maradona a los ingleses fue producto de su chispa, de su inspiración, o la había trabajado y la tenía in pectore por si Diego hacía algo impresionante. "De qué planeta viniste, barrilete cósmico" es la obra cumbre de un relator popular y culto, hecho de pelota y poiesis, porque el fútbol sigue siendo ante todo -y pese a Vignolo- un espectáculo poético.
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