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La burla no debe ser un invento argentino, pero le pasa cerca. Todo el mundo esperaba que hoy Marcos, el mozo del Golden, el más popular mozo del bar, ya con treinta años de bandeja y salón, tuviera el peor día de su vida. Pero no.
El peor, como sabe cualquier riverplatense, el más aciago, el más horrible, ya pasó: fue el domingo 25 de junio de 2011. Nadie de River podrá olvidar aquel derrumbe al abismo del descenso. Marcos seguramente que tampoco y ese pavor, ese dolor, esa angustia, ese tropiezo humillante, habría de amortiguar las futuras caídas. Nada peor que eso podía ocurrir. El Infierno de la B.
Después, además, llegó Madrid, para compensar tanta burla, tanta mofa, tanta cargada de los primos boquenses. Madrid, cualquier bostero lo sabe, duele hasta la médula. Pero en términos comparativos -puede haber opiniones divididas- para mí no es comparable con el descenso. Está bien, nos ganaron la final de la Libertadores, pero la B, esas canchas suburbanas, esos vestuarios proletarios con duchas de agua fría, esos viajes interminables a canchas remotas y equipos sin nombre, eso, el árido laberinto de la B, el pozo anual del descenso, no se compara con nada.
Será por eso, entonces, que hoy buena parte de los parroquianos del Golden, que esperaban verlo de capa caída, algo destrozado, con el ala herida, se llevaron una media sorpresa. El mozo todo terreno, gentil, eficiente, maestro de mozas efímeras que no duran nada en el boliche, estaba lo más campante con su risa abierta, su disposición de siempre.
Tal vez también influyó el 0-3 de Belo Horizonte. Y además una presunción inquietante que está en la piel de las gallinas: Gallardo no parece el mismo. Y no, nadie que gana todo lo que ese hombre ganó, que se va, que hace una fortuna y lo rajan de una patada en el culo de Arabia, y que luego vuelve al club de sus amores, es el mismo. A cualquiera le pasa eso. Y River lo sabe: el tipo volvió más viejo, más gordo y, por ende, más conservador. La vida misma. Lección importante y generalmente no atendida: nunca se vuelve.
Ahora bien, empezamos esta nota con la burla, el deporte nacional de los argentinos. Llovieron las burlas sobre el mozo. Qué lindo el espectáculo de fuegos artificiales. Qué lindo el Tandil Brilla en el Monumental. El Muñeco debería ser un desastre de pibe remontando barriletes. Y muchas más. A todas las cargadas Marcos le respondió con el blindaje que lo ayuda a ir por la vida: es un tipo simple, un hombre común diría el periodista Osvaldo Ardizzone, un laburante, un tipo que camina en su medio campo habitual, el salón del Golden, unas diez horas por día. Carrilero de ida y vuelta. La burla si se quiere hasta lo ayuda, aunque mucho más ayuda cuando la cosa es al revés.
Será por eso que la gastada, hoy, fue benévola, fue benigna, pero no por piedad de código de bar: si al final lo que pasó en la cancha fue asimétrico con la impresionante bienvenida de la hinchada, ese espectáculo de luces y bengalas, de entrega, cantos y fe que no se correspondió con lo que pasó en el juego. Un equipo sin magia.
También se había hablado durante toda la semana de la mística. Bueno, mística fue la de Marcos, hoy, en un bar de pueblo, teniendo que levantarse para ir a trabajar, y para poner el cuerpo el día después que su amado River se perdió la mejor da las fiestas, porque hasta tenían la localía de la final de la Libertadores en el mismísimo Monumental.
Duele en el cuero propio y se disfruta en el ajeno, pero seríamos un país mucho más desgraciado si no contáramos con la burla como antídoto y catarsis. Por eso Marcos se ríe. No es el único que hoy se blindó en la épica de la risa para bancarse el fracaso de un técnico vacilante y sus once muchachos sin problemas de plata no pudiendo hacer un gol (ni hablemos de tres) en el arco contrario.
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