Historias VOLVER
Nos habíamos conocido en el cruce del semáforo más largo del mundo, el de la ex Curva de la Muerte, y ahí, de auto a auto, me había dicho que tenía una historia para contarme. Un minuto después, en un barcito llamado Negro Mercado, en el corazón de esa curva que hoy es un centro comercial, el tipo se despachó con el temita del fantasma.
-¿Usted cree o no cree en esas cosas?
Le dije que un poco dependía de la pericia del narrador, o sea de él. Pero que algunas veces la cosa resultó. Así funciona la suspensión de la incredulidad. En etimología, el que narra es "el que sabe". "Soy ingeniero", dijo como atajándose.
En un primer semblanteo me pareció un tipo genuino. Hay como un sensor en los tipos que contamos historias, previo, incluso, a la escucha misma. Se trata del tipo que cuenta. Un instinto. Le creemos o no le creemos. O, puede ser que le creamos con cierto condicionamiento. Por otra parte, no tiene ningún sentido invitar con un café a un desconocido para contar una historia que no existe, un disparate, un bolazo. Al mitómano se le se saca la ficha a una legua de distancia y, en efecto, el ingeniero estaba muy lejos del mentiroso crónico. Era un ingeniero en todo sentido: un tipo afable, la camisa sin una arruga, las uñas impecables, un léxico justo, ni pobre ni desmesurado. Cualquiera que haya conocido a un ingeniero sabe de lo que hablo: minuciosos, inteligentes, detallistas al extremo.
-Vamos, vamos, lo escucho -le dije para animarlo.
Entonces habló. Dijo que hacía muchos años se había radicado en nuestra ciudad con su esposa, primer amor, primera novia, la mujer de su vida. Que les había ido bien en Tandil, que eran un matrimonio de flamantes y felices jubilados hasta que hace tres años su mujer enfermó y falleció. Que le estaba costando salir del bajón -tocando, casi, la depresión-, y que un día empezó a sentir cosas en la casa. Que al principio no le prestó atención, hasta que esas cosas empezaron a tener un sentido.
-¿Cosas? ¿Qué cosas? -dije.
-Cosas de Gladys -dijo y de inmediato aclaró : Gladys con i griega.
Le pedí detalles y los aportó con cierto pudor, como si le costara atravesar el punto crítico de su relato. Para decirlo de un tirón: ciertas cosas de su esposa estaban aún con vida. Su perfume, por ejemplo, se resistía a desvanecerse de las sábanas; en la noche el eco de los tacos de sus zapatos resonaban sobre la madera flotante del piso; el vestidor reproducía esos sonidos sigilosos que había escuchado mil veces cuando su mujer se probaba las faldas, los vestidos, las blusas. Desde el interior del cajón de su mesita de luz, que no había vuelto a abrir después que volvió del entierro, cuando apagó el teléfono celular de su esposa y lo dejó allí para siempre, en la oscuridad de bóveda del mueble a veces percibía un lento respirar de todos los objetos que allí, además del celular, habían quedado. Y lo que más me llama la atención, dijo el ingeniero, es el espejo del baño. Nunca está limpio y mire que soy obsesivo con eso, con la limpieza. Lo dejo brillante al cristal y al otro día siempre aparece algo, un trazo, una forma, como si fuera una letra, que se escribe con las hebras que andan flotando en el aire, o algo así.
-Todo muy raro, ¿no? -dijo el ingeniero-, porque me cuesta creer que Gladys siga conmigo pero convertida en un fantasma.
-Tal vez no sea eso -arriesgué.
-¿Cree que estoy loco? ¿Que la soledad me está desquiciando y veo cosas que no existen?
-No, no, para nada. Creo que en una de ésas Gladys está queriendo decirle algo.
El ingeniero se echó hacia atrás, frunció el ceño, como si de golpe hubiera aparecido algo, un imponderable, una hipótesis, que no estaba en su mapa mental.
-¿Me está diciendo que me mude? ¿O que saque todas sus cosas y empiece de nuevo? Eso no lo voy a hacer. Es la casa que ella eligió, los mejores años de su vida están ahí.
Nos quedamos sumidos en un silencio insondable. De golpe pensé en el espejo.
-Si en el cristal se forman letras, una suerte de alfabeto improbable, que sólo podría ser interpretado por usted, lo que yo haría sería tratar de leerlas, es decir de darle un sentido. Anotaría cada letra hasta que aparezca, si aparece, un mensaje, o lo que fuere. Tal vez el secreto esté en el espejo.
El ingeniero invita el café. Me pide reserva y le digo que eso es lo único que no le puedo garantizar: las historias de fantasmas son un imán para los lectores.
APORTA TU PENSAMIENTO
Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.