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Cuenta regresiva

-Tengo una historia para usted -dice.

Ha salido de la nada, puesto que representa la nada misma el lapso de una espera frente al semáforo. Estamos de auto a auto. El tipo ha bajado el vidrio de la ventanilla de la puerta del acompañante -con un click desde su lugar de conductor- y ha dicho, sin gritar, girando la cabeza hacia la izquierda, que tiene una historia para mí.

El semáforo, uno de los más largos que habita desde hace tiempo ese cruce que una década atrás exhibía la fúnebre nomenclatura de "Curva de la Muerte", dice que faltan 45 segundos y bajando.

-Tiene 45 segundos -le digo.

Señalo con el dedo la esfera roja y la cuenta regresiva en el gesto claro de que el tiempo apremia.

-¡Eh! -se queja, riéndose.

-Contar una historia en 1 minuto, estimado. A eso nos ha llevado la velocidad del tiempo que vivimos. Ahora la vida es un reel.

-Para usted es fácil, vive de eso. Pero imagínese si yo le pidiera que me explique cómo funciona todo ese que tiene abajo del capó para que su auto se mueva. El motor, digo.

Recién entonces (soy un tipo distraído) caigo en la cuenta de la similitud. Visto de perfil, ya que estamos en la línea de frenada, paralelos, esperando que abra el semáforo para salir de la Avenida Fleming, un científico, a Aristegui, un joven y gran domador de caballos cuya historia -trágica, muerto en una jineteada a manos de El Zorro- aún no se ha sido escrita, visto de perfil, decía, su auto es muy parecido al mío. O mejor dicho: muy parecido a un auto que yo tenía hace algunos años.

Ahora la cuenta regresiva está en 20 segundos. Y como si me adivinara el pensamiento el tipo dice:

-¿Vio lo que son las casualidades? Este auto era suyo.

-¿Esa es la historia? -le digo, un poco decepcionado.

-No, no.

A seis segundos del ocaso del color rojo el tipo señala ese pequeño centro comercial que ha crecido detrás del guardarraíl que cubría buena parte del radio de la Curva de la Muerte. Enfoca un lugar que se llama "Negro Mercado".

-¿Tomamos un café y le cuento? -propone.

Así suelen empezar las buenas y las malas historias, con un café inesperado. Entonces, después de presentarse, mientras vuelca dos sobrecitos de azúcar adentro del pocillo, dice como al pasar, como si me estuviera ofreciendo una oferta de ocasión.

-Tengo un fantasma en mi casa. ¿Le interesa la historia?

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