Historias VOLVER
Símbolo de la cocina casera, de los tiempos en que las pastas se amasaban en las espaciosas cocinas de antaño, el palo de amasar volvió a ser noticia por el uso en modo antítesis para el que fue concebido. Su apariencia, aun siendo de madera, solía asociarse al acero indoblegable. Por la rotunda materia que su sola presencia inspiraba.
El palo de amasar es de naturaleza cosmopolita y, que se sepa, quien lo inventó permanece en un injusto anonimato. En francés se lo llama Rouleau à pâtisserie; en inglés Rolling pin; en italiano es el popular Matterello y en portugués se lo denomina como Rolo da massa.
Entre nosotros, como una herencia de familia, se lo conoce como el palo de amasar. Hoy difícilmente sea hallado entre la mayoría de los utensilios de cocina. Es un objeto en extinción. El vértigo de la vida diaria y el cambio de costumbres culinarias dejaron al palo de amasar como un ícono de los Campanelli. O peor: empezó a aparecer en las crónicas policiales, como un verdadero anticlímax si tomamos en cuenta que fue concebido para producir manjares de pastas y afines.
Sin embargo, un halo ominoso ha caído sobre él. La crónica policial registra un antecedente que podría haber terminado en tragedia: en enero de 2015 un enfermero del Hospital Ramón Santamarina atacó a palazos al entonces director de Atención Primaria, el doctor Iñaki Gilabert, molesto por una decisión del superior que determinaba un cambio de su lugar de trabajo.
Gilabert sólo atinó a cubrirse la cara con las manos cuando arreciaron los palazos; luego cayó al piso, y al ver que el enfermero le seguía golpeando sin piedad, logró huir corriendo y refugiarse en la Secretaría de Salud.
El hecho se hizo público tras la denuncia y porque en verdad no había hasta entonces en la administración pública el caso de un funcionario agredido con un palo de amasar por un trabajador municipal.
Gilabert, acaso entreviendo el pájaro negro del mal presagio, finalmente renunció a su cargo.
Fuente: Historias al paso II, del autor.
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