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Imitaciones

Esto que sigue lo contó Walter Lezcano en Twitter. En 1921 se hizo un concurso de imitadores de Chaplin. El mismísimo Chaplin participó del concurso y salió segundo. La anécdota es preciosa no sólo porque es real, sino porque fundó una suerte de parodia del éxito: la imitación había vencido a lo verdadero.

Tropecé con esta historia mientras escribo otra que ni siquiera es mía. Le pertenece, con toda su intuición y ese olfato mortal para los aciertos, a Claudio Crespi. Dicho esto aclaro que es lo único que me voy a permitir contar de las memorias de Claudio, texto en el que vengo trabajando bajo una regla de oro cuando se trata de una biografía que firma su autor: ser literal con sus historias y respetar su léxico y su retórica.

En marzo de 2025 Claudio cumplirá 50 años de trabajo. Alguna vez, hace ya bastante tiempo, lo bauticé como el gran vendedor de ilusiones que tuvo este pueblito cuando lo era (siglo XX) y también en la ciudad intermedia del siglo XXI. Bastaron las primeras cinco horas frente al grabador donde Claudio empezó a contar su vida y -sobre todo- sus obsesiones, para entender que no me había equivocado. Desde chico -desde que se paraba en la puerta del Banco Provincia con una guitarrita de madera para imitar a Sandro- ha creído que toda vida merece una ilusión. A eso Claudio le da otros nombres: el show, la espectacularidad, la fantasía. Cualquier término explica el ADN de su identidad. Vende ilusiones desde adolescente, con la primera quinceañera a la que le pasó música en su fiesta, hasta hoy, y en ese arte -el del montaje de la ilusión- fue el primero en todo: en la música, en el sonido, en la ambientación, en la decoración, en el armado temático de fiestas y eventos, en fin, todo lo conocido.

Lo que no se sabe tanto es que un día, en los años 90, mientras estaba de compras en un supermercado de Tres Arroyos (o Saladillo, un pueblo así), entre las góndolas le llamó la atención la cara de un tipo joven. Lo miró dos veces y luego lo encaró de una y le dijo lo siguiente: "Vos sabés que tenés un parecido increíble con Luis Miguel. Supongo que te lo han dicho." El tipo le dijo que sí, que algunas veces lo había imitado en alguna fiesta, pero nada más que eso. Crespi entonces le ofreció "profesionalizar" ese parecido. "Era una gota de agua y tenía una luz impresionante", me contó respecto al clon argentino. Al cabo de un tiempo de entrenamiento (bailar, moverse, copiar cada gesto del cantante, producirlo, etc.) Claudio había logrado ese regalo que la naturaleza le había obsequiado en un supermercado de pueblo: el clon perfecto de Luis Miguel.

Así, "Luis Miguel" se convirtió en la estrella fulgurante de las fiestas que animaba Crespi en las ciudades que lo contrataban, cuestión que dio inicio a una verdadera carrera del imitador, a tal punto que llegó a actuar en las grandes ligas.

Claudio y "Luis Miguel" anduvieron juntos unos cuantos años, trabajando y sellando una amistad que se continúa hasta la fecha. Era tal el parecido con el Luis Miguel real, que hasta su réplica argentina llegó a trabajar de doble del artista mexicano -saludando en el balcón de un hotel- cuando vino a Buenos Aires, en el típico acto de distracción con que se mueven las celebridades.

Una noche, animando una fiesta de casamiento en una ciudad de provincia, Claudio lo hizo aparecer a "Luis Miguel" del interior de una torta gigante, cantando, en medio de la ovación de la concurrencia. "Siempre le voy a agradecer haberlo podido ver a Luis Miguel esta noche", le dijo una señora, con lágrimas en los ojos. Claudio, por una cuestión de honestidad profesional, le aclaró que ese Luis Miguel era un imitador, y la mujer sintió que le estaban clavando una estocada en el corazón de la fantasía.

Tal vez, si nos ponemos a pensar, el Luis Miguel argentino hubiera replicado al imitador de Chaplin que en 1921 le ganó al propio Carlitos un concurso donde se buscaba al más parecido, el día que la imitación le ganó al original.

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