Historias VOLVER
Cuarenta años después lo vio llegar otra vez a la puerta de su casa. Sin la bicicleta, sin la gorra, sin el bolso colgando, sin los broches con que ajustaba los ruedos del pantalón. Pero era él.
No supo cómo lo descifró a través del velo del tiempo. El cartero estaba viejo, más viejo que ella, a quien el pelo se le había vuelto una lluvia de ceniza sobre los hombros.
Sacó cuentas: hace cuarenta años ella tenía quince y esperaba la llegada de ese hombre desconocido más que nada en el mundo. Pensó que ahora ninguno de los dos era nadie: ya no había cartero, ni bicicleta, ni cartas para responder en hojas perfumadas con los jazmines del patio.
De golpe el tipo se detuvo y la miró a lo hondo, como apartando una nube de bruma de su memoria. Cuando por fin la reconoció, como si fuera un ilusionista, abrió la mano y dejó ver un sobre del lado del remitente.
La mujer leyó. El cartero se disculpó por la tardanza. Iba para medio siglo en la demora de entregar una carta que se le había traspapelado imperdonablemente. Ella le dijo que no se preocupara: las cosas siempre ocurren por algo, razonó.
Después tomó el sobre, entró a la casa, lo dejó sobre la mesa. Y cuando descubrió que iba a tener que ponerse los lentes para poder leer la carta, rompió el sobre en cuatro perfectos pedacitos, los arrojó al cesto de la basura, abrió los postigos y se dedicó a ventilar la casa.
Fuente: Historias al paso, del autor.
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