Historias VOLVER
En 1957 El Gaucho Rubio era un despacho de bebidas al paso con mujeres adentro. Estaba ubicado frente al Bar Richmond, en Avenida Colón al 1500.
El lugar era una típica fonda sombría con estantes de madera, tres butacas rústicas donde se aposentaban las alternadoras y unas pocas mesas para los parroquianos. Era, El Gaucho Rubio, uno más de los casi 140 piringundines de la época. Y el perro que allí vivía no parecía de este mundo, aunque lo fuera.
Lo habían puesto el nombre de Chocolate, era un perro largo y chato y cultivaba una disciplina infrecuente para su raza: se dedicaba al choreo. Era, sin que nadie lo hubiera entrenado para tal función, un perro ladrón.
Chocolate le robaba a los clientes del boliche mediante una modalidad que hasta hoy es considerada como inédita e irrepetible: mientras los varones, sentados a las mesas de la fonda, empinaban el codo con las mujeres desparramadas sobre sus piernas, Chocolate se acercaba subrepticiamente a su víctima, le olfateaba el bolsillo y de un suave tarascón le escamoteaba la billetera.
Era una maniobra de prestidigitación digna del ilusionista más renombrado y por entonces casi anónimo. Eran los años donde René Lavand acababa de renunciar a su empleo en el Banco Nación para ir a probar suerte a Buenos Aires, después de hipnotizar a medio pueblo que iba a verlo al Banco sólo para contemplar, con fascinación irresistible, la velocidad supersónica con que René contaba los billetes.
Luego del bolsiqueo de la billetera, Chocolate completaba su obra maestra perdiéndose en el patio del inmueble y buscando su cucha, que estaba ubicada detrás de un aljibe. Allí, el perro dejaba la billetera en el interior de un sombrero y volvía al salón para olfatear el bolsillo de su próxima víctima.
Las aventuras surrealistas de Chocolate lo confirman como el primer (y tal vez único) perro chorro que eternizó su formidable historia a la sombra de los tilos de Colón.
Fuente: Historias al paso, del autor. Ilustración: Andrés Llanezas.
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