Historias VOLVER

El Almanaque

"El almanaque" es un cuento que escribí hace un tiempo y lleva además el título del libro de cuentos que estoy preparando. Mientras pensaba la trama y después cuando escribí el cuento, busqué sin resultados una fotografía del almanaque de la Plaza Independencia para poder describirlo con la mayor eficacia posible. Fue un intento vano. Lo recordaba como en una nebulosa, implantado en la plaza donde hoy se levanta el Monumento a la Memoria, y como una novedad desde el momento en que a un intendente se le ocurrió que la ciudad debía contar en su plaza mayor con un calendario.

Al no poder dar con la foto recurrí a la memoria de algunas funcionarios que allá por la década del 80, donde vagamente creía que había sido construido el almanaque, habían trabajado en el Municipio, más específicamente en Obras Públicas. Los testimonios que recogí más o menos coincidían con eso que los vecinos habíamos visto algo así como cuarenta años atrás.

En mi cuento la historia ocurría en el año 66, tras la caída de Illia a manos de Onganía. Es decir que, por razones de trama, había llevado el almanaque veinte años más atrás que su existencia real, en el aire viciado de otro golpe de estado. El cuento tenía una pantalla de pintoresquismo local por delante con un telón de fondo inquietantemente kafkiano. El día que implantaron el almanaque al sereno del Municipio, Fermín Madurga (homenaje boquense al Muñeco Madurga) se le encargó la tarea, cada medianoche, puntualmente a las doce de la noche, de cambiar los números del almanaque. En la ficción las chapas redondas que correspondían a los días (yo recordaba las esferas gigantes del almanaque que por su diseño había sido apodado como el Monumento al Largavista), eran guardadas en el sucucho donde al sereno tenía un trabajo en el que se le pagaba, según decía esa tradición sobre el rubro, para dormir.

Pero el conflicto del cuento estaba no sólo en el abrupto cambio laboral de Madurga, sino en lo que sentía que se había ido transformando: en un ser que era el "portador del Tiempo", en el hombre que debía anunciar cada día que llegaba y, sobre todo, cada día que se iba, sin ton ni son, en una vida irrelevante, anónima y gris. Y, esencialmente, lo que el calendario le decía a toda la población: que a los tandilenses cada día les quedaba un día menos por vivir. Como si en vez de señalar el nuevo día anunciara una muerte siempre más próxima. Hasta que una noche el sereno no va a trabajar y se pasa tres días sin que nadie sepa dónde está, y hasta ahí llega el relato, para no spoilear el cuento. De pura ansiedad y para probarlo con los lectores en vivo, lo conté dos veces: una en el restaurante Bosco y la otra en el Patio de Alondras, y como es un cuento largo con un sorpresivo giro en la trama sobre el final supe que la extensión ayudaba muchísimo no sólo al nudo de la historia en sí, sino a describir la pintura de ese tiempo, al momento social de la época.

La costumbre convirtió al almanaque en un objeto inefable. Los turistas iban a sacarse fotos con el mamotreto de fondo, al igual que los novios que salían de la iglesia recién casados, como para que ese día les quedara grabado en la posteridad de la foto.

Hasta que hace unos días, en el sitio de Facebook Zoom Tandil, con el crédito de Silvia L. Pérez apareció la foto tan buscada. Data de 1985 cuando todavía el almanaque seguía de pie, a veinte metros de la ventana del despacho del jefe comunal. Uno de los chistes de la época era que el intendente había mandado a hacer el almanaque para saber el día en que vivía... No sé qué paso con el Monumento al Largavista; en mi ficción se lo llevó un incendio la noche de Año Nuevo que una cañita voladora disparada desde el techo del Municipio (el "Tandil Brilla" del 66, bajo el gobierno de facto del coronel Supisichi) se clavó en el pesebre de paja que el militar había ordenado que se armara arriba del almanaque. Un adefesio sobre otro adefesio. La chispa devino en una lengua de fuego y en un posterior incendio total que dejó al almanaque deshecho en cenizas. Bajo el crepúsculo diáfano y liberado por fin de la condena de tener que cambiar los números del calendario cada noche de su vida, el sereno Fermín Madurga regresó a su trabajo y pudo volver a dormir toda la noche tranquilo. Lo que se llama un final feliz.

APORTA TU PENSAMIENTO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

Últimas noticias

Artículos

Zapatos

28/04/2021

leer mas

Historias

"Bon o Bon", a pedido

08/05/2021

leer mas