AGUAFUERTES VOLVER
Si miramos de un sopetón los portales digitales se revelarán dos cosas de inmediato: 1) Que son mayormente reproductores de gacetillas, 2) Que por lo mismo en nuestra localidad se escribe poco y nada.
Así se entiende también que el tiempo de lectura de un portal generalista no llegue al minuto promedio. 40 segundos y el lector cierra y se va a otra cosa. O sea, ¿qué lee el lector? Los títulos. Y no todos: algunos. Tal vez el del encabezado. Por eso los editores dicen que garpa tan bien el click, porque obliga al cronista a titular con gracia, con intriga, como el pescador que tira la línea para ensartarle el anzuelo hasta la garganta al esquivo pez.
Hoy me preguntaron qué pasaba cuando no encontraba nada para escribir, o cuando no se me ocurría ninguna cuestión que me lleve al teclado. Por un lado hay una respuesta básica: escribir es un hábito, y esto lo sabe muy bien cualquier aguafuertista o columnista que le pagan para escribir, ese es el trato, una nota por día.
Lo otro tiene que ver con el saber mirar. Escribir es un proceso que suele dispararse de la contemplación. No hace falta avistar desde nuestra ventana un plato volador, o un choque de autos, o una pareja discutiendo en la vía pública, hecho deplorable de por sí.
Podemos ir, como hoy, por lo microscópico de un día de lluvia. Como sabemos que la lluvia siempre es proclive a mentar eso que algunos llaman la musa y otros, más concretamente, oficio, trabajo, podemos detenernos, como famosamente lo hizo alguna vez el escritor Julio Cortázar (ver en YouTube "Aplastamiento de las gotas"), en las gotas. O, siendo más austeros, en una sola gota. La gota que cae por el vidrio de la ventana, la última gota que dejó la lluvia al momento de sentarnos a escribir.
Hay otras gotas, pero conllevan la inquietud de lo precario en cuanto a lo edilicio, por ejemplo la gota -y su sucesión encadenada- que cae atravesando una chapa ruinosa y un cielo raso decrépito en el fondo de un balde. La gota que revela, con su sonido clásico, tan deprimente, la gotera de un ambiente de la casa.
Y, para concluir, la gota que no sabemos de dónde viene. Una mujer va por la vereda con su paraguas rojo. Hay una gota deslizándose en cámara lenta por su mejilla. La gota irá al piso y se disolverá en la vereda. Pero no sabemos si es una gota de lluvia o una gota de llanto. Lluvia o lágrima abren un grandísimo panorama para la escritura.
Al elegir la opción que más nos guste, estamos también -además de escribir nuestra aguafuerte diaria- tramando un destino. Estamos haciendo de esa gota, tan efímera, una biografía de su ser. Si es una gota de lluvia, la trajo una tormenta como tantas, de modo que pasará sin pena ni gloria por este mundo. Si en cambio es una gota de lágrima, estará hecha de la materia dolorosamente líquida -es una gota, al fin- del amor, de la pérdida, de la tristeza y hasta de la melancolía.
En cualquiera de los casos, le contesto al amigo que me preguntó qué pasaba cuando no había un tema concreto para escribir, la cuestión está saldada. He escrito aquí algo del lenguaje de las gotas. Un aguafuerte que puede ser leído en el lapso de dos minutos con el que no pretendo ganarme el Pulitzer. Con que me solvente la compra del mercado esta semana es suficiente.
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