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A esta altura, después de haber dormido en algún hotel de la ciudad, el joven movilero de C5N, que ayer fue fletado a Tandil para ver "la nevada", ya debe estar de regreso hacia la gran metrópoli.
El tipo, con un gorro y una campera y tal vez dos pullóveres que lo hacían más robusto de lo que era, se pensó que venía a la Antártida, y si bien no vamos a discutir acá la crudeza de los inviernos serranos, de ahí a que el Dios del Clima nos arroje una flor de nevada hay un largo trecho.
Lo cierto es que así, de sopetón, el movilero buscó el centro viejo de la comarca para sentir, al toque, dos cosas. Una, que no es fácil que el vecino se preste a una entrevista con un desconocido. Esta ciudad ha demostrado, de sobra, carecer de cierta tendencia al cholulismo (recordar cuando el entonces gobernador Daniel Scioli caminó desde el Bar Golden hasta la Parroquia del Santísimo, para charlar con el padre Raúl Troncoso, sin que nadie, pero nadie de los innumerables vecinos que cruzó lo saludara ni, mucho menos, le pidiera un autógrafo o un selfie. Y eso que Scioli en esos días tenía un poco mejor imagen que la de ahora).
Cuando por fin el movilero de C5N logró que alguien le de pelota, fue un profesor universitario que lo trajo de nuevo a la Tierra, arrancándole de cuajo las ensoñaciones de la feliz nevada. Es que estamos lejos de Bariloche y San Martín de los Andes, mi estimado. Y ya con la amarga sospecha de que no iba a nevar, o sea de que había hecho 380 kilómetros al divino pepino, el movilero abundó en ciertas cuestiones del centro: dijo que era inminente la inauguración del shopping infinito. En fin, ¿qué iba a decir, pobre muchacho?
La culpa de la repetida defraudación, dicen, la tiene el Servicio Meteorológico Nacional que años tras año pronostica lo que no va a ocurrir. Pero como la fe mueve montañas, todavía hay gente que cree. Lo que sí podríamos hacer, a manera de estudio antropológico, es meternos en la cabeza del director de contenidos de C5N: mandar un tipo a Tandil para registrar la presunta caída de una nevada, como si no estuvieran pasando otras cosas en la abisal cloaca mediática que tiene a la televisión envejecida en relación al streaming, pero aún presente.
Que nieve en Tandil se ha convertido en un mito urbano de baja intensidad. Todavía no alcanzó a derrotar la potencia del mito trucho más formidable que produjo esta ciudad, el cual fue eficaz hasta bien entrados los años ochenta: el mito de su aire balsámico, saludable y curativo. Hasta los médicos de afuera le firmaban la receta a sus pacientes con patologías bronquiales para que se vinieran hasta acá a curarse. Así, entre tantos, llegó el escritor polaco Witold Gombrowicz. Nadie sabe quién lo inventó, un genio de la publicidad o algo por el estilo.
Para concluir, el pronóstico de nevada quedó en eso, en una predicción fallida, en un espejismo. No hay que lamentarse pues podría haber sido peor: podría haber caído la inconsistencia pusilánime del aguanieve, la segunda marca de la nevada. La nieve trucha. Ni siquiera esa limosna deplorable se llevó de regreso el movilero de C5N.
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