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La mano más temida

Y entonces Roque, el lunes, cuando no quedaba un solo turista y el bar había vuelto, digamos, a la normalidad de su vegetar, le contó al Tucu la peripecia que había vivido luego de levantar un bidón de agua de 20 litros, precisó.

-¿Qué te pasó, che? -al Tucu le encantan estos incidentes domésticos.

-Me quedé duro -dijo Roque tocándose la cintura.

Había entrado al bar medio de costado, medio en falsa escuadra, pero nadie le prestó mucha atención porque en días así, fríos, donde los huesos se quejan, vamos a decirlo así, por el rigor de la combinatoria de años más clima, hasta que después de quitarse el sobretodo se largó a contar el episodio que lo dejó estaqueado en el aire, como el crucifijo de un asador.

-¡Qué imagen! -se entusiasmó el Tucu.

-Terrible, no podía moverme.

-El ciático, seguro.

Entonces Roque dijo que como pudo llegó hasta el celular y le mandó un guasap al médico y el médico le recomendó un par de inyecciones intramusculares.

Pensó en aplicarse la inyección en la guardia de la Clínica, pero cuando llegó vio que estaba desbordada de pacientes, con lo cual dedujo lo lógico: además de haberse quedado endurecido corría el riesgo de contagiarse de una peste.

-Tenés razón -concedió el Tucu.

De modo que Roque buscó una farmacia muy cercana a la Clínica y allí decidió entrar y pedir que le colocaran la intramuscular.

En ese momento se hizo un silencio que pareció una pausa algo teatral pero que en verdad encubría el tiempo que se estaba tomando Roque para elegir las palabras. Y cuando por fin terminó de procesar la frase dentro de su cerebro, la dejó salir como un borbotón que tenía menos rencor que impotencia.

-Una bestia que no sé dónde habrá hecho el curso de enfermería, si lo hizo, me metió el pinchazo en seco, y apenas salí sentí que el glúteo se me iba entumeciendo, y después la pierna, de arriba hacia abajo, y el dolor se fue soldando de la nalga a la gamba, un dolor bien jodido que me duró dos días, te diría tres, y que al fin lo único que puedo agradecer es que esta improvisada de la aguja no me rozó el nervio ciático, porque de lo contrario todavía estaría a la miseria y con consecuencias imprevisibles.

El Tucu lo miró, le preguntó a qué farmacia había ido para no ir. Roque se lo dijo y después pidió otro café y empezó a leer el diario de ojito.

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