Historias VOLVER

Rosetta, por aquí pasó

Escribo esta nota a las 1,10 horas del lunes. El Consejo Electoral de Venezuela acaba de informar que Nicolás Maduro ganó la elección con el 51% de los votos, en medio de un clima social muy tenso. Entonces me vino a la cabeza el nombre de Rosetta, así con doble "T", como la Piedra de Rosetta, roca famosamente célebre porque sirvió de pista para descifrar los jeroglíficos egipcios. Dicen que Egipto todavía se la está reclamando a Inglaterra, que la tiene retenida en un museo.

La Rosetta de mi historia era venezolana, caraqueña, y no tenía la menor idea de su existencia hasta que un día un lector me contó de una mujer del caribe que había venido a Tandil siguiendo el hilo de un romance con un vecino, que empezó virtual y seguía su paso al mundo real. Era el año 2010, todavía Hugo Chávez vivía y era tan deprimente lo que le había pasado que no me dio ganas de contarlo.

Un piola de acá a la vuelta le había mandado una foto retocada -no sé si entonces existía el Photoshop-, donde su cara se había vuelto un pastiche entre Brad Pitt y Tom Cruise (o algo así), y Rosetta, que debería andar por los cuarenta años, se enamoró de esa cara, juntó los últimos bolívares que tenía y diez meses después de chatear con él se tomó el avión, llegó a Ezeiza y luego un micro de La Estrella la trajo hasta la Terminal de Ómnibus. No sabía en ese momento, cuando bajó del micro, que su primer trabajo lo iba a tener en un kiosco que estaba a metros de la Terminal.

El tipo a duras penas dio la cara y, como era de prever, Rosetta sintió menos el impacto estético que la estafa. Se habían burlado de ella y todo el orgullo indómito del caribe le salió del fondo de las tripas y se le vino como una bilis revuelta a los ojos, a la garganta, y salió de su boca como un vómito de ira que se estrelló contra la cara de, vamos a llamarlo, Luis. Y luego vino lo mejor, porque Rosetta no se quedó solamente con los cinco gritos eléctricos que lo paralizaron sobre la silla del bar en el que estaban, el Golden, sino que se puso de pie y le lanzó una tremenda bofetada, la cual sonó como las bofetadas de las telenovelas de antes, con el ruido de una puerta que se cae, un estrépito corto pero vibrante que enmudeció a los parroquianos y dejó en el mozo un recuerdo tan vívido e impactante que tres meses después todavía lo recordaba como si la cara le doliera al él y fuera suyo el papelón. Así, por ese mozo, me enteré de Rosetta y su historia.

No la escribí, apenas la comenté como una historia al paso (esas breves viñetas que tiempo después irían a parar a dos libros), pero bastó y sobró para que Rosetta se enterara. Era alta y trigueña, el pelo enrulado, rojizo, los dientes blanquísimos y temibles y una sonrisa que se abría como un ventanal. "No me digas que eres amigo de ese cabrón", me dijo. Anclada en Tandil se había empleado en un kiosco mientras pensaba qué hacer de su vida. Le dije que no era amigo ni conocía al tipo que la había empujado hasta acá, el sur del mundo, en pleno invierno, un clima que la mortificaba tanto como la nostalgia por sus padres y su hermanito. Me contó su vida, le dije la verdad, que a mí Hugo Chávez me gustaba, y que él también respondía a la circunstancia histórica: deben haber sido como cincuenta años de corrupción de la derecha venezolana, estimé, los que habían llevado a Chávez al poder. No pareció importarle nada en absoluto mi impresión. Dijo que ella no lo soportaba y que tal vez, si lo pensaba bien, había hecho de aquel romance fallido un puente para irse, y que alguna vez iba a volver a Venezuela, como tantos otros que se fueron. En esos días yo estaba escuchando un poema que Chávez, con ese carisma y ese don para la oralidad que tenía lo recitaba acompañado por la guitarra de Silvio Rodríguez: "Por aquí pasó", se llamaba el poema que refería a Simón Bolívar, del poeta Alberto Arbelo Torrealba, algo que tampoco la conmovió en absoluto.

"Oye, no vayas a contar mi historia, no quiero quedar como una estúpida", me dijo Rosetta y soltó una sonora carcajada. Fue la primera y la última vez que la vi. La historia no la conté hasta hoy, y si la conté esta noche -ahora que ella también por aquí pasó- es porque la imaginé en la noche de Caracas, entre la muchedumbre que esperaba, con cierta ingenuidad, la rendición de Maduro. Seguramente, replicando el caso de las fotos truchas de nuestro vecino, Rosetta sintió que la estafaron otra vez.

APORTA TU PENSAMIENTO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

Últimas noticias

Artículos

Zapatos

28/04/2021

leer mas

Historias

"Bon o Bon", a pedido

08/05/2021

leer mas