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Dos libros, dos mujeres, un colectivo

La mujer de adelante lee Ficciones, de Borges. La de atrás la mejor novela de Bioy Casares, La invención de Morel. La escena no ocurre ni en el popular amarillo, ni el proletario rojo, ni el próspero azul (la línea de colectivos que más factura), ni en el suburbano verde ni en el ni fu ni fa marrón.

Ocurre, la escena, en la línea 15 que recorre las calles de la Ciudad Autónoma y sus arrabales, un miércoles 23 de julio a las 8,15 de la mañana, y la captó un tuitero de los miles que ahora habitan la menos atrayente X. Porque la nomenclatura Twitter también está entrando en el pasado. O ya lo es.

Convengamos, como dijo otro tuitero, que a Borges le hubiera encantado esta foto, no por él, ni por su moderado ego, sino debido a la rima genial que concentra la imagen: Borges y Bioy, grandes amigos además de colegas, en un tiempo donde se lee tan poco (o por lo menos se lee poca literatura y nadie sabe a dónde van las centenares de novelas que se publican cada mes) se encuentran allí, dentro del colectivo, cifrando un hecho muy inusual regido por un orden misterioso, algo cósmico, un universo de racionalidad secreta y hermosa, escribo ahora citando a uno de los tuiteros que posteó algo sobre esta foto.

Y todo esto es cierto, aunque no menos cierto es lo que Borges y Bioy hacían a menudo durante infatigables noches, cada uno convertido en un genuino flâneur, es decir un paseante, un callejero de a pie, por lo cual se daban a caminar incansablemente por los suburbios de Buenos Aires, a perderse en el sur que los perdía, algo de lo que también supo dar cuenta la escritora Estela Canto, que fue novia de Borges, cuando recordó que la primera caminata que hicieron juntos, por la noche, tal como lo cuenta en ese libro genial titulado Borges a contraluz, se dejaron llevar a lo largo de cuarenta cuadras hablando de lo que veían, del rostro nocturnal de la ciudad tan propicio, además de la propia intimidad amorosa, para la inspiración de la literatura.

Pero volvemos a la foto. Tiene algo de concatenación mágica, de unidad de sentido, que dos mujeres completamente desconocidas, viajando en un colectivo seguramente hacia el trabajo, en el tumulto de la mañana donde todo despierta, estén detenidas en las páginas que escribieron dos hombres que -respecto a las mujeres- fueron el yin y yang. Bioy, seductor, mujeriego, un dandy culto; Borges, tímido, introvertido, torpe en el galanteo, famosamente desdichado en la catrera.

Y el apunte de estas fechas respecto a los libros que están leyendo mientras el colectivo avanza en su recorrido carente de laberintos: Borges publicó Ficciones en 1942, todavía no había perdido la vista y estaba produciendo lo mejor de su obra; Bioy editó La invención de Morel en 1940. Es decir que prácticamente escribieron esos libros al unísono, tan como al más completo unísono lo están leyendo, ochenta años después, las dos lectoras que viajan en el colectivo de la línea 15, cuyo color desconocemos dado que esta cuestión de identificación cromática del transporte público de pasajeros es un hábito netamente local.

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