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De la espera

La llamo primero a Alicia, de "Alfa", y nada. Luego pregunto en "Hola" y nada. Hace tiempo pregunté en "La Casa Azul" y tampoco. El libro que busco existe, lo he visto en ese lugar que es el signo de la gran paradoja: el reino de lo virtual que demuestra lo real. Hablo, claro, de Mercado Libre.

El libro está ahí, pero yo lo he querido comprar en mis librerías habituales. No obstante, como es un libro que fue editado hace un tiempo y de muy poca demanda comercial, digamos, para no hablar de nula demanda (lo estoy buscando y eso refuta la nulidad absoluta), bueno, como es un libro que no tiene la firma de Mariana Enríquez o de Sacheri, por poner dos ejemplos, está lo que se llama elegantemente discontinuado. Las librerías, al menos en las que yo compro, no lo tienen, pero sí existe en los pagos de Míster Galperin.

Voy al libro y con tres clicks lo compro con envío gratis. Pienso entonces en este muchacho, el tal Galperin, de nombre Marcos, que según dicen se ha hecho millonario con su empresa no-física. Pienso entonces en tres cosas. 1) ¿Cómo hizo para que yo, un desconfiado e iletrado ontológico del universo digital y de las redes en sí, le crea y le pague un libro que no veo ni toco, y que -sobre todo- se lo pague antes? 2) ¿Cómo se le habrá ocurrido crear Mercado Libre? (La respuesta más facilonga y tal vez verdadera es que le copió la idea a alguien? Y 3) ¿Sabrá en verdad cuál es el genuino capital de su empresa?

Entonces, deteniendo la marcha en el punto 3, intento ponerme en la cabeza del tipo. Debe andar por los cincuenta años, es una generación para la cual la espera como una instancia del tiempo debería ser un disvalor. Nadie está dispuesto a esperar nada en estos días. Ni la tardanza del médico en atenderte, ni el remise que se demora, ni la ardua fila del rapipago para pagar las cuentas, someterse a semejante acto atávico en vez de usar el celular y una aplicación llamada billetera electrónica.

La espera debería afectar el negocio del señor Galperin pero -y aquí está lo maravilloso, al menos en mi caso-, la espera agiganta la modesta batalla que he emprendido hace un tiempo para conseguir este libro. La espera lo ennoblece, lo carga de sentido, la hace aún más único de lo que parece. Y ojo que no es, pongamos, un libro célebre como La Biblia o Las mil y una noches. No. Es un libro que compila las entrevistas que le hicieron al escritor Juan José Saer, o sea un libro para lectores y escritores fanáticos de Juani. Entonces, resumiendo, la espera sigue siendo una gran cosa. Alguna vez cité lo que me parece el mejor epígrafe novelístico del siglo XX: "A las víctimas de la espera", de Zama, el libro colosal de Antonio Di Benedetto.

Vengo de esa generación donde a las cosas había que esperarlas. Se esperaba una película, se esperaba que pase el cartero, se esperaba el amor de la vida. Sé que estoy introduciendo un anticlímax, o un detalle sólo para entendidos, pero en mi infancia cuando nuestros padres pretendían hacer una conversación telefónica a larga distancia, debían estar atentos al dictamen de la operadora: "Hay demora", decía esa voz desde el otro lado del teléfono, esa voz que por su función de intermediaria entre el que llamaba y el que recibía la llamada se sabía todos los secretos del pueblo. Había demora, entonces, y la charla debía aguardar.

Esa demora, esa espera, ese tiempo en suspenso, es lo que llevo esperando el libro Una forma más real que la del mundo, del escritor y crítico literario Martín Prieto, editado por Mansalva. Una espera a mansalva, digamos. Cuatro días, tres días, dos días y contando. Una espera como las de antes.

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