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Otra hamburguesa, del Chapelco a Tandil

Buscan el lugar pero, sobre todo, buscan, en algún sitio de la pizarra, estampados, los precios. Consultan los números, los platos, los puntos suspensivos que a veces separan al precio del menú y que otras veces separan el deseo del estómago de la realidad de la billetera.

Entran. Son cuatro, la pareja y los chicos, la nena, el nene. Hace frío, pero no tanto. O, al menos, no tanto como decían y, por eso mismo, porque está fresco pero -sobre todo ayer, domingo- el día fue benévolo, casi o cerca, como si una víspera de primavera les hubiera dado ese changüí, han podido entonces caminar, eso que hace cualquiera cuando está de turista.

Claro que todo caminante necesita del descanso y comida, así que ya están en un restobar del centro y la camarera viene hacia ellos, con una carta en la mano, presumiendo, como la gran mayoría de los turistas, lo que van a pedir. La promo del lugar, el plato más económico. Y mucho más si son cuatro.

Y eso hacen. Los chicos eligen hamburguesas.

La camarera anota mientras en una de las mesas otra pareja de turistas, un matrimonio grande y solo, meditan, mirando la carta, un aspecto de su último viaje a San Martín de los Andes, hecho que acaba de ocurrir, digamos en el mismo receso invernal, lo que se llama una vejez a puro disfrute. Se trata del asombroso precio de una hamburguesa en lo más alto y cool del cerro Chapelco. El restobar pertenece o está cerca de un también muy cool centro de esquí y la vista es pródiga: se observa la imponencia de los Andes, la cordillera más hermosa del mundo, espesamente blanca y hasta tal vez a los ojos también se vislumbre el volcán Lanin, majestuoso, o sea un paisaje de ensueño.

Pero, así y todo, pese a lo descripto, a tanta belleza en modalidad de desmesura, sigue sonando muy fuerte el contraste, no ya entre San Martín de los Andes y Tandil, por cierto dos destinos muy diferentes, imposibles de comparar, pero sí entre el precio de la hamburguesa que acaban de pedir para sus pequeños dos hijos el matrimonio joven, cuyo número se deja ver, como un semáforo, en la carta: "Hamburguesa todo terreno por $5800 pesos".

-Qué buen precio -dice el hombre.

Y como si lo estuviera escuchando -que es de hecho lo que ha pasado- el señor del matrimonio grande comenta:

-¡Y qué le parece! ¿Sabe cuánto nos cobraron una hamburguesa en el Chapelco? ¡32 mil pesos! -dice, todavía con los pelos de punta.

Claro, el matrimonio joven y el matrimonio grande están sentados a una mesa que no tiene de vista la Cordillera de los Andes, sino el desangelado local de Frávega, pero aun así, a pesar de lo incomparable del paisaje, ambos concuerdan que allá en el Chapelco al dueño del restobar se le fue un poquito la mano con los precios.

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