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Sabía que ibas a venir

Era uno de los mejores textos que con ese don extraordinario que tenía para la narración oral, René Lavand dejaba al público como a él le gustaba: estremecido por la emoción.

No era un juego, no había naipes, no había lentificación -que era su verdadero arte-, ni ninguna demostración técnica.

Era un relato. No más pero tampoco no menos que eso. No sé si alguna vez René citó de quién era el cuento, pero en su majestuosa brevedad -y en el tono y la forma con que lo narraba- el relato alcanzaba la cumbre de lo que pretendía ser: un tributo a la amistad.

Para decirlo, el genial ilusionista elegía el momento. Generalmente, era sobre el final del espectáculo. Salía de un juego de baraja, se ponía de pie y con esa parada tan suya que tenía -una parada actoral, viril, seductora, una parada escénica formidable, dominante- ocupaba el centro del escenario y como quién no quiere la cosa decía:

"Sabía que ibas a venir...

Y luego hacía una pausa larga, la fabricaba con el doble gesto del silencio y un breve carraspeo, que era un efecto de engaño: mucha gente al escuchar ese "sabía que ibas a venir" pensaba cualquier otra cosa menos lo que iba a venir. Sigamos:

"Esta frase, sabía que ibas a venir, me trae el recuerdo de un cuento corto y dramático, y lo voy a decir. Y lo voy a decir porque el drama también es belleza, si no... ¿a qué Shakespeare, no? ¿A qué Beethoven y su quinta sinfonía? ¿A qué Picasso en Guernika?

"Lo diré sin música y sin nada... así nomás... Dice así:

"Había terminado la guerra. La patrulla en retirada. Un soldado pide permiso a su capitán para volver al campo de batalla en busca de un amigo. Se le niega el permiso. 'Es inútil que vayas, está muerto', le dice el capitán. El soldado desobedece la orden y va por su amigo. Regresa con él en brazos, muerto. 'Te lo dije, era inútil que fueras', le dice el capitán. El soldado le responde: 'No, mi capitán. No fue inútil. Cuando llegué aún estaba con vida y solamente dijo: 'Sabías que ibas a venir...'".

En esa línea final, Lavand quebraba la voz, como el gran actor que era, y resolvía este relato precioso con toda la hondura emocional que sólo puede apreciarse viéndolo y escuchándolo. Búsquenlo en YouTube. Es un cuento para ver.

A la memoria de mis queridos amigos muertos, feliz día, allá donde estén. También a los vivos. Y feliz día a los lectores, dado que hay también entre quien escribe y quienes lo leen una misteriosa forma de amistad.

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