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Fangio en la tandilidad

Ayer, 17 de julio, se cumplieron veintinueve años de la muerte de Juan Manuel Fangio, pero la efeméride, tal vez por la distancia ya excesiva de aquel día, pasó prácticamente inadvertida. O, para decirlo mejor, los medios están en otra cosa.

Entonces recordé una foto de neto corte local donde Fangio estaba saludando a las empleadas y el público en la Tienda La Exposición, durante una de las tantas veces que anduvo por Tandil. Seguramente el dueño de la tienda pagó lo que tenía que pagar para que el más rápido de todos los pilotos de su época y de varias épocas, se pusiera a tono con el slogan de la tienda que famosamente entró en la historia, aquel "venga corriendo y venga volando...".

El Gordo Soriano, al momento de dedicarle una viñeta al quíntuple, fue elegante con lo que parecía ser una característica personal que rima con un defecto. "No era particularmente desprendido", escribió Soriano, para evitar decir directamente que Fangio era algo amarrete. Saber usar el lenguaje permite estos ardides de la escritura.

Aquí se lo recuerda por otras cuestiones que excedieron a su talento para manejar. Un escarbadientes, por ejemplo. Pocos saben que estando en Balcarce, Fangio se atoró con un escarbadientes y que al momento de elegir un otorrino con la suficiente pericia para que lo sacara del apuro, optó por nuestra ciudad y se entregó a las manos del primer otorrino que aquí ejerció la profesión: el doctor Alfredo Martínez Goya. En el quirófano del Sanatorio Tandil, el médico le extrajo del fondo de la garganta el palillo ladino que -como a Macri cuando se tragó el bigote postizo en su fiesta de casamiento- estuvo a punto de mandarlo para el otro lado. En 1961, manejando un Torino en plena ruta 226, se le rompió el vidrio del parabrisas. Entró a la ciudad, preguntó en la concesionaria Renault quién se lo podía cambiar y lo mandaron derechito para lo de Tito Morazzo.

La otra cuestión tuvo que ver con un notable estafador local que fue más rápido que Fangio y con la garantía de la escritura de un hotel (el Continental), lo acostó con dos camiones Mercedes Benz, cuando el "Chueco" era la cara visible de la comercialización de esa firma en Mar del Plata. Aquel día Fangio ni se molestó en venir a reclamar lo suyo. Un peso pesado del ambiente policial recuperó los camiones y le dio al estafador el susto de su vida. "¡Malandra! ¡Cómo te atreviste a cagarlo a Fangio!", le reprochó entre sopapo y sopapo.

Después que murió hubo un litigio intenso por su herencia. Un conocido abogado de Tandil (que no es Jorge Dames) fue el que defendió los derechos de un hermano del quíntuple, y para hacerlo debió tomar una medida extrema: la noche anterior apostó dos guardias de seguridad en la tumba de Fangio, en Balcarce, por temor a que el abogado de la otra parte robara el cadáver e impidiera, tras la exhumación, la imprescindible evidencia de la muestra de ADN.

Juan Manuel Fangio, a pesar de los años que pasaron desde que tomó la última curva, nunca se ha ido del todo. Dejó sus máximas, tan célebres como inolvidables. Una de ellas resulta clave en los momentos difíciles: "Nunca toque el freno", dijo. La otra que elijo es la que más me gusta por su obviedad formidable: "Para ganar lo primero que hay que hacer es llegar".

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