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Entonces es 9 de Julio y todos los que nos criamos en ese club sabemos que en 1918 un grupo de muchachos, justo el día de la celebración de la independencia nacional, se les ocurrió crear un club, sin imaginar -como ocurre en esos comienzos- a dónde a va ir a parar la ocurrencia.
Y así fundan, desde la nada misma, porque ni camiseta tenían y apenas si podían entrever el par de colores que habrían de constituirse en un tesoro de identidad, fundan, decía, el club. Nace de una charla. Porque todo -o casi todo- en tanto somos seres dialécticos nace de una charla. Crean, sin más, el Club Independiente o, para ser precisos, el Independiente Footbal Club. De una charla, el día de la patria, cuando el pueblo de entonces era como quien dice un pañuelo.
El resto de la historia es más o menos conocida. De otras charlas que habrían de ocurrir en lo sucesivo, llegarían las innovaciones del club: un día la primera sede, otro día el campo de deportes, la pileta, las canchas de tenis, la primera cancha, la sede social de España y 9 de Julio.
La dinámica de la charla es así. Alguien propone una idea, lo que sea, y el resto de los charlantes la discute, la refuta, la apoya, le ofrece una versión superadora. La idea a veces va mutando con la diversidad de opiniones. Hay veces que la idea se atranca, o porque es muy audaz, o porque no están dadas las condiciones, o porque entre los charlantes hay mentalidades más progresistas y más conservadoras, pero lo que no se frena es la charla en sí, su dinámica, ese ritual de hombres y mujeres sentados a una mesa conversando.
Nadie podrá pensar que al hombre se le ocurrió ir a la Luna sin una charla mediante. O inventar la pelota de fútbol, o separarse de su pareja. Hay que charlar, siempre hay que charlar. No hacerlo, además, induce al error, o a los malos entendidos. Además en las Instituciones charlar -el hecho central de reunirse- es seguir construyendo una tradición.
Ayer el Club Independiente, en el aniversario número 106, inauguró la sala de reuniones de la Comisión Directiva, a la que como tributo impuso el nombre del entrañable dirigente rojinegro Mario Cabitto, un gran conversador, un hombre de acción en la Usina -y en donde estuvo- pero que previo al acto cultivaba la charla. Porque la charla es el cimiento del consenso. Su esposa Paola y sus hijos fueron invitados al acontecimiento. Paola, con la mirada nublada por las lágrimas, me dijo algo que quedó vibrando en el aire: "Siempre sigo recibiendo cosas buenas de él". Una de esas cosas fue ayer nomás, la sala que, también tocado por la emoción, presentó el presidente del club, Osvaldo Dadiego.
Pero en un aparte, al momento de resumir la obra, Dadiego me dijo algo sustancial. "Hicimos esta sala de reuniones de la comisión directiva para charlar, para charlar entre todos. Con los mensajes del celular está todo bien, pero yo creo en la charla y en todo lo que el charlar produce".
Osvaldo había dado en el clavo con eso que podríamos entender como la plusvalía de la conversación. El mejor club de Tandil (con perdón por la parcialidad que tiene todo hincha) entendió como nadie lo que significa, sobre todo en estos tiempos, el hablar cara a cara con el otro, con los otros, para seguir escribiendo la historia.
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