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Congelamiento

Cualquier cosa, hasta el agua de la fuente de la plaza que se congeló y ahí está, ensimismada en su quietud gélida, cualquier cosa, menos nieve. Nevar, parece ser en estas latitudes, un milagro climatológico, dada la cantidad -al menos tres- de eventos que debieran ocurrir para que se desmorone desde las nubes una flor de nevada y no su estafadora segunda marca: el aguanieve.

Así como el mundo se divide en dos por muchísimas cosas (los que leen y los que no leen, los que viajan y los que no viajan, los carnívoros y los vegetarianos, y así muchos etcéteras), en fin, esa diversidad antagónica también afecta al clima.

Están, entre los que me incluyo, los adeptos al Team Invierno. Tal vez seamos minoría. El calor garpa más, entre otras cuestiones porque uno dice Team Verano y ya sale, como un detonador automático, la playa y el mar, y, en efecto, esa idea de plenitud y ocio que trae el verano. Pero, lo sabemos, hay calores horribles. Ahora mismo, en Miami, los que pudieron viajar para ver a la selección argentina en la Copa América, penan de lo lindo con ese calor de agobio que, siendo parecido al del Caribe, le falta todo el que Caribe da.

El Team Invierno está hecho de personas tendientes a la introspección para la cuales encerrarse en sus casas se aproxima a la remota calidez del útero materno. Ese calor de hogar no necesita de mucho: un calefactor o leña (que ciertamente es cara), y un par de abrigos en el atuendo y otro par de frazadas. Está claro que los que pueden -y no son muchos- se regodean en las montañas nevadas, esa blancura imponente que trae la suma del paisaje más el clima.

La percepción es que el invierno congela. Y que, como todo lo congelado, carece de esa pulsión que a falta de otra palabra ahora llamamos vida. La buena prensa que tiene la "Cucharita", posición que al dormir imbrica dos cuerpos irradiando el calor propio de una estufa humana, acentúa la falta de ella. Pero si bien esa carencia es ostensible para los solos y solas, resulta notorio que estos seres humanos que eligen el Team Invierno saben padecer tal orfandad en el lecho helado y no por ello declinan su condición, acudiendo a elementos más o menos vergonzantes (como la bolsa de agua caliente) para pasar de la vigilia al sueño entibiando el freezer horizontal y acudiendo al somnífero de la tele para, al fin, dejarse caer en el insondable pozo del dormir.

Sin el glamur de la nieve ni sus encantos que se maximizan por su falta, por una cita que nunca se cumple dado que la nevada no llega jamás, queda contemplar el paisaje helado de la ciudad, como hace cada día que va a su trabajo el amigo Tomás Osinaga. Le gusta, cruzando la plaza en dirección a Calabaza, lugar donde trabaja, contemplar la fuente que ayer lucía, por decirlo así, el agua congelada, una masa líquida solidificada en el esférico estanque, tal como la prueba la foto que me envió. Todavía no hay noticias del Lago y su Monumento al Bidé. No sería extraño suponer que con el frío que viene haciendo el chorro se podría convertir en una estalactita, lo cual le daría un toque artístico, de instalación de la naturaleza, y que todos los que pertenecemos al Team Invierno celebraríamos para refutar la tesis de que el congelamiento es lo más parecido a la muerte. El chorro, escarchado en el aire, como un puñal de hielo que nace del lecho oscuro del espejo fétido, y se eleva filoso y blanco, sostenido por su propio impulso, hacia el cielo. No se rían. En 1973 se congeló el Dique y hubo gente que, crísticamente, caminó sobre sus aguas. Fue nuestro Mar de Galilea, un regalito de los inviernos antárticos que por aquí suceden.

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