ÚLTIMO MOMENTO
Desde el fondo de la olla, con su olor putrefacto y subiendo hacia el borde fermenta el rencor social adentro de un guiso de odio, a veces banal, como el que puede producir, en un ámbito como un rapipago, un colado.
No hace falta ni la sociología ni la literatura para distinguirlo. Al rencor y al colado. Está en las caras, en las muecas agrias, en los gestos coléricos, en las mandíbulas contraídas. Al frío, que de por sí mal dispone a mucha gente, un odio que no es el mineral, el arcaico, el odio que viene de Caín, sino un odio más de época, propio de la sociedad actual, un nuevo odio argentino, se revela en los actos más minúsculos. Por ejemplo, el tipo que llega a un lugar y, subido al trono de la picardía criolla, elude la fila con un recurso poco creíble, y se hace atender primero.
Eso pasó hoy en el rapipago de Pinto y 9 de Julio. Había diez personas al aguardo del más infeliz de los trámites: pagar las cuentas. Mucha gente grande, tópico a tener en cuenta: gente que está manifiestamente apurada, que ha agotado sus reservas de tolerancia y que también, si no mediara cierta dosis de urbanidad, tomaría el rol del colado. Porque el colado no nace, se hace. Se ignora si, como el nuevo odio argento, también es un producto nacional, o lo importamos de alguna parte. Se presume que existió en todas las épocas. Lo que ha cambiado -y esto que pasó a continuación lo demuestra- es que ya nadie deja pasar nada. Así funciona la máxima potencia donde se cocina el guiso del rencor: cualquier cosita lo detona.
En otro tiempo, calculo, al colado se lo insultaba por lo bajo. Era lo usual. No sabemos si porque se cuidaban las formas, o porque había otra noción del tiempo-reloj, o porque, sencillamente, aún no había llegado al clima social esa patología definida como indignación. Si hoy la vida es una continuación de las redes sociales en vivo y en directo, entonces resulta perfectamente posible que, mientras el colado se acerca por la tangente a la caja, eludiendo la fila, y le dice no sé qué cosa a la cajera, una señora más o menos mayor pegue el grito desde atrás.
-¡Qué fácil resulta no hacer la cola, señor!
El señor, el colado, le responde que no está por pagar nada sino que va a dejar un sobre o algo así, pero una masa compacta de hedor iracundo se posa como una nube sobre las cabezas de los que están haciendo la cola, como la señora indignada.
Algunos dicen que no se trata del tiempo sino de la avivada. Es probable, pero hay algo más, un sedimento fétido y otrora pegajoso en el fondo de la olla que ahora sale a la primera cucharada. Así estamos, entonces, hundidos en este pozo donde florecen en boca de poderosos expresiones tales como "viejos meados" y otras delicias de la lengua. Son los que interpretan perfectamente la época que vivimos. Si alguien colgara al colado del semáforo, probablemente la acción se enmarcaría en el pintoresquismo urbano de un aguafuerte.
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