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Los años felices

Subo una foto a mis redes -la que ilustra esta nota- con un epígrafe que alude al Tandil de los años felices. Y al toque dos lectores preguntan: 1) ¿Por qué eran felices? 2) ¿Hoy no son felices?

Esa expresión -que ciertas plumas de la prensa me han copiado sin citar, pero bueno, sonriamos- es como un sello y una clave: el que la conoce sabe de lo que hablo. No siempre podremos estar de acuerdo en algo, un título borgeano, no el más feliz por cierto: el tamaño de esa felicidad (Borges tituló El tamaño de mi esperanza. Para algunos fueron años muy felices, para otros medianamente felices, y probablemente haya quienes nieguen cualquier tipo de felicidad respecto a ese tiempo que cifra la sustancia de los años felices: el Pasado, así con mayúsculas.

Como no estoy de acuerdo -y lo sostuve a repetición- en la máxima de que todo tiempo pasado fue mejor, sí creo que había por entonces un motivo real, contundente e invencible que sostenía o que daba sustento a esa felicidad, aunque por entonces no reparáramos en tal cuestión: éramos jóvenes. La felicidad era la juventud.

De allí viene, entonces, esa línea que vengo escribiendo desde que crucé, fatalmente, la frontera de la juventud, digamos de los cuarenta y pico para acá.

Éramos jóvenes, al principio tan jóvenes -en la adolescencia- que casi no teníamos pasado. Porque en eso se basa la juventud: no hay casi nada atrás, algo que se corresponde en un todo, sin fisuras, con la infancia, etapa señalada, por muchos autores, como el paraíso perdido.

Éramos jóvenes y, además o por eso mismo, todavía la vida no nos había dado -hablo en general- esos golpes severos que formaban parte del lejano futuro y que nos llenaría de bollos la carrocería. Éramos jóvenes y creíamos en algo o en mucho, sea lo que fuese ese algo: las ideas, la política, los amores, los proyectos, los sueños, las pasiones, en fin, eran muy jóvenes nuestras esperanzas, por decirlo así.

Entonces ya se ha respondido aquí por qué uno era feliz y ahora la pregunta dos, que interroga acerca de si hoy somos o no somos felices. Para empezar, sospecho que hay otra idea de felicidad, en lo individual, y también en lo colectivo. El plural de la felicidad es complicado. Supongo que habrá gente feliz, muy feliz o parcialmente feliz. Supongo que la cuestión depende de cómo viva uno (no de cómo nos fue en la vida); de qué idea de ciudad siga queriendo, no de la ciudad que tuvimos y que ya no existe más.

La foto alude a la época, calculo, de nuestros padres y abuelos. Es tan remota, tan lejana la imagen que hasta cuesta ubicar el lugar físico donde transcurre la escena en que los trabajadores de YPF posan para la foto que luego será una publicidad de la empresa. Todos ellos también, en ese instante, eran jóvenes.

Carezco de nostalgias por las cosas del ayer. Como decía Dolina, mi nostalgia es por lo que ya no puedo hacer: subir los escalones de tres en tres, dar diez vueltas a la manzana en bicicleta, ver un domingo a mi padre abrir la tapa del horno, sacar la fuente con el kebbe, humeante, y llevarla hasta la mesa donde estábamos todos. Eso es para mí el Tandil de los años felices.

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