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Los buenos

Ayer, en la calle, un lector me hizo una pregunta que -calculo- la humanidad se viene haciendo desde tiempos remotos: ¿por qué, siempre, se mueren los buenos?

El interrogante, por elipsis lógica, deja ver lo obvio: que si primero se van los buenos, los que quedan/quedamos son/somos los malos.

Es una pregunta sin respuesta. Para el creyente, para el que se agarra a la fe como a la última tabla en medio del naufragio, hay una respuesta que suele escucharse seguido: a los buenos Dios los llama antes que todos. Y allá van, los buenos, y acá queda el resto de la barriada, o sea nosotros y los otros y los de más allá también.

Tengo para mí que los buenos son pocos, entonces, por esa cuestión ligada a la calidad y a la cantidad, cuando un bueno se va el lamento es grande. Perdimos no a uno de los nuestros (ya que la inmensa mayoría estamos lejos de ser buenos, de ser gente querida en general); perdimos, entonces, a uno de los corazones sobrevivientes a los males de la época, la envidia, la mala fe, la malicia berreta, la codicia, la vanidad, la soberbia, la falta de escrúpulos, el individualismo traducido en un narcisismo extremo, en fin, todo eso que nos envenena, que nos divide entre amigos y enemigos, en la ley de la resiliencia a como dé lugar.

Los buenos, que, reitero, son poquísimos, no pasan por eso. Están lejos de los males banales. Vienen así, buenos, de fábrica. No hay un curso para ser bueno. No hay coach para la bondad. Podría decirse que en parte hay algo cultural, de valores, de familia, de ejemplos, en fin, de todo lo que se recibe en el devenir de la vida y en su etapa crucial, la infancia. Pero pareciera que hay algo previo, determinado, ontológico, como un don (ser bueno debe ser un don) que el bueno trae consigo. Y puede ser bueno en los muchos ámbitos donde le ha tocado vivir: un club, una cancha de fútbol, un bar.

El bueno tiene otra particularidad: sabe escuchar, es en esencia un tipo que escucha, es decir un tipo que absorbe la energía del resto. Y tal vez ahí empecemos a entender por qué se va primero. Hipótesis: los buenos se rompen antes. La vida también les asesta sus golpes terribles, las pérdidas, el vacío, los dolores, y la cuesta arriba de la adversidad, del existir nomás, con todas sus dichas y desdichas, el bueno la sube en silencio, la padece buenamente, sin joderle la vida a nadie.

Entonces, si bien todos estamos rotos, todos en algún lugar de nuestra mismidad tenemos un hueco que duele, un vacío que nos taladra, una nostalgia que nos hunde, a los buenos -que serían como los cronopios de Cortázar- ese dolor los lima, y uno no lo advierte porque los buenos no dicen nada, no se quejan, se la aguantan.

Hasta que un día se van, primero que nadie, o primero que el resto. Se van aún con mucho por vivir, pero se van, y nos dejan así, un rato bastante largo, a tientas en la noche, como queriendo sostenernos del último vestigio de luz que dejan tras de sí a la hora del adiós.

Fotografía: gentileza ElDiariodeTandil.

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