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Historias mínimas: El arrepentido

Santiago Selvetti no lo sabía pero al fundar la Metalúrgica inventó un mundo. Que no se redujo solamente a una fuente laboral, sino que le dio marco a una cultura de inclusión, cristalizando una Babel de criollos e inmigrantes, de cuya alquimia nacería un sujeto social arquetipo de la ciudad: el operario de Metalúrgica Tandil, cuya existencia dotó a la fábrica de una mística como muy pocas empresas locales pueden ostentar.

Hay una historia mínima que marcó un hito en la vida cotidiana del universo selvettiano. Ocurrió en la década del ochenta y su origen debemos asociarlo a una cuestión de fe. Un metalúrgico que se había hecho evangelista decidió convertir al culto a su compañero de sección. Estuvo seis meses comiéndole el cerebro, atormentándolo con la culpa de arrastrarse por esta vida siendo un pecador, conminándolo a que abandone los pecados veniales y capitales. Nuestro personaje sintió que Dios lo estaba llevando al borde del abismo: o se convertía al credo evangélico o pagaría con el infierno todos esos años de abusar de ese pecado innombrable con que el otro lo aguijoneaba permanentemente. "Los perros te llevarán al infierno", le decía su compañero, sugestionándolo de un terror que le había trastocado el sueño. Los "perros", en la jerga metalúrgica, eran todos esos artefactos que un operario hacía para sí usando de arriba el material de la fábrica.

Aquella mañana nuestro trabajador pidió hablar de forma urgente con Miguel Ángel Juliarena, quien entonces estaba a cargo de las relaciones institucionales de la empresa. El hombre le preguntó a qué se debía el pedido de audiencia.

-Que estoy arrepentido, señor.

-¿Arrepentido de qué, hombre?

-De haber sido un pecador -dijo el operario.

Entonces fue hasta la puerta de la oficina y trajo a remolque una carretilla repleta de los objetos más increíbles que un hombre puede hacer con sus manos.

-¿Qué es eso? -preguntó, desconcertado, Juliarena.

-Los perros, señor. Son años de robarle a la fábrica...

-¿Y para qué me trae todo esto? -el alto funcionario estaba alelado

-Porque me hice evangelista y estoy arrepentido. Vengo a devolverle lo robado, señor. En casa tengo otras cinco carretillas como ésta...

El hombre se acercó al metalúrgico, que tenía los ojos llenos de lágrimas, y trató de ser ecuánime y no perder la compostura. Aún estupefacto ante el secreto revelado, le dijo al trabajador que todos sus pecados, en tributo a la honestidad de la confesión, ya habían sido perdonados. Y lo despidió con una frase que el otro llevaría para siempre en sus retinas.

-Lo pasado pisado, mi amigo. Eso sí, le ruego que no me vuelva a afanar porque si no le va a tener que ir a pedir laburo a su pastor evangelista -cerró Juliarena y nunca más volvieron a hablar de esa historia.

Fotografía: Raíces Tanas

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