AGUAFUERTES VOLVER
Entonces, una vez que pasa el fastidio, el tipo que hace quince minutos en la mesa del bar no ha dejado de reprocharle algo a su amigo -algo que parece un monotema-, de golpe se decide a escuchar.
-No está mal -dice el otro-. Por fin vas a tener la delicadeza de prestarme tu oreja.
Están, ambos, en la mesa de la ventana del café del Negro Conti. Bar futbolero si los hay, también a veces funciona como parada sanitaria para aquellos que tienen alguien internado en la Chacabuco.
No es el caso de estos dos parroquianos que parecen incorporados al paisaje junto a los muebles y la marquesina de fotos de notables en blanco y negro que incluyó la nueva decoración del lugar.
-Es sencillo. ¿Cómo se te ocurre que a mis sesenta y cinco años voy a permitir que alguien me robe el tiempo?
Lo que ha dicho este hombre regordete, ya algo canoso, mientras revuelve la cucharita en el pocillo de café, es exactamente lo mismo que hace tiempo sostuvo desde Nueva York el escritor Paul Auster: que se negaba a usar un teléfono celular por la sencilla razón de que no tenía ninguna intención de que ninguna otra persona le robara su tiempo. Para comunicarse con él tenían el correo electrónico o la carta de papel.
Más confuso que perplejo, su amigo rompe ese silencio largo que se instaló en la mesa para preguntar por qué.
-Porque es así de simple. Además, ¿cómo hacíamos cuando no existía el celular?
-Eso es ridículo, porque si vas para atrás vas a volver a los mensajes de humo o las palomas mensajeras.
-No exageres. Siglo veinte, el nuestro, la época de oro. ¿Vivimos o no vivimos sin ese artefacto?
-Claro, pero el mundo cambió...
-¡Error! Tu mundo cambió. El mío no. Si alguien me quiere encontrar sabe dónde vivo, y si te referís a alguna urgencia ya sabemos que las malas noticias llegan primero que todo.
-¿Y el calendario? ¿Y el mail? ¿Y el guasap gratis? ¿Y las fotos? ¿Y los videos? ¿Y los grupos de amigos, de compañeros del secundario, de colegas del rubro? ¿Y las web que mirás? La tecnología nos cambió la vida, che.
-Y también te afanó el tiempo, algo que, te recuerdo, no podés ir a comprar al supermercado. Te lo roba a cada instante y lo más increíble es que no te das cuenta. En cualquier momento suena tu celular, ¿y qué va a pasar? Que nos va a robar este grato momento de la charla.
-Depende. Si no lo atiendo, no.
-Dudo de que no lo atiendas. Ese artefacto fue concebido para eso: para convertirte en su esclavo, aunque lo silencies.
-Qué exagerado. Además, desde ya lo sabés: si no usas el celular estás fuera del mundo. ¿Lo sabés o no?
-Del mundo de todos, menos del mío. Ahora te pregunto esto. Dicen que ese aparatito tiene una función que mide cuánto tiempo estuviste mirando el celular. ¿Sí o no?
-Sí.
-Bueno, fíjate y después me decís cuántas horas y minutos te encadenaste al aparatito. Te vas a llevar una linda sorpresa.
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