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¿Qué necesidad?

Me la jugaba que iban a estar hablando de eso, así que cuando llegué al bar y el Tucu, con su vozarrón de costumbre y los brazos abiertos, las palmas hacia arriba, como interrogando a los parroquianos que lo miraban ya sin sorpresa (porque creen que es un actor frustrado), mostró la página del diario con la noticia del submarino explotado y lanzó a los cuatro vientos su frase de cabecera:

-¿Qué necesidad?

Roque le pidió que hablara más bajo, que no todo el mundo tenía que soportar su gola de estruendo, pero la pregunta fue pertinente si tenemos en cuenta la línea de tiempo que empieza con el hundimiento del Titanic y más de cien años después el sumergible Titán que viaja para pispear sus restos mortales y se hunde para siempre, replicando la tragedia de los 1300 pasajeros originales a sus 5 epigonales.

¿No lo sabían? ¿No tenían idea de la leyenda negra del Titanic? ¿No creían en esas cosas? ¿No advertían que, como dicen los árabes, toda nuestra vida, enteramente, está escrita con el lenguaje de las estrellas cifrada en el cielo la noche que nacimos, eso que se conoce con el nombre de Destino? Digresión: algún día voy a contar aquí la historia del turco "Vendu Baratu", que escribí para el libro de recetas gastronómicas de Emilio Pardo, quien sobrevivió al naufragio del paquebote Principesa Mafalda, en las costas de Brasil, y treinta años después, ya en Tandil, se ahogó en tierra firme.

Pero el Tucu no cavila en estas profundidades (figura marítima que no viene mal para la nota). Es un tipo simple que no puede entender algo que altera la lógica de los acontecimientos, de la linealidad de lo que para él significa la existencia: ¿cómo es posible que cinco millonarios vayan al muere de semejante forma y -encima- pagando? Porque salvo el CEO de la empresa Oceangate, que viajaba en el Titán, el resto puso la tarasca un dólar arriba del otro hasta completar los 250 mil verdes por cabeza.

-¡Doscientas cincuenta lucas verdes! -se exalta el Tucu-. ¡No se puede creer! ¿Vos viste alguna vez toda esa guita junta?

Roque dice que no con la cabeza mientras vuelca el sobre de azúcar en el café y a Marcos, el mozo, ni siquiera se le ocurre hacer la cuenta de los años (décadas, siglos) que debería trabajar para juntar todo ese dinero.

-Tampoco es tanto -dice de golpe Roque-. Una casa en el country, ponele.

-¿Eh?

-Eso.

-¿En cuál country?

-En cualquiera de los que hay. Si sabés que el valor de las propiedades en Tandil está por las nubes. Doscientas cincuenta lucas es eso: una casa en el country.

-Que los tipos se reventaron en un viaje estúpido.

-Andá a saber. Vos porque no te podés representar como un millonario. Para un ricachón esa guita es un vuelto.

-¿Y qué? ¿Qué iban a ver del Titanic? Un barco hundido, partido en dos, hierros retorcidos. Además es una falta de respeto -dice el Tucu.

-¿A quiénes?

-A los muertos. Hay muertos ahí, querido.

-Bueno, hubo muertos, sí.

-Los hay, todavía los hay. Pero no, a los tipos los seducía el morbo de querer ver la tumba del barco más famoso del mundo. ¿Qué loco, no? Porque si el Titanic no se hubiera hundido en su primer viaje hoy no sabríamos ni que existe.

-Igual que el submarino, el Titán. ¿O vos hasta hace cinco días tenías idea de que había un submarino más chico que un Fiat 600 que hacía excursiones al fondo del mar? Ni idea tenías.

-Bueno, es cierto. Pero te la regalo, debe ser un infierno morirte así, encerrado, cada vez con menos aire, una locura. No se lo deseo ni a mi peor enemigo.

-Dicen que el Titán implosionó. Un reventón catastrófico, por lo tanto los ñatos murieron en el acto. Pero andá a saber.

De golpe el Tucu y Roque ceden el énfasis con que venían discutiendo la noticia del día porque la televisión pasó a la noticia de última hora: Wado de Pedro será el candidato a la presidencia. Así de fugaz es todo en el mundo hoy: se circula en un instante de la tragedia del Titán a la fórmula Wado-Manzur y mañana vaya a saber con qué nos sorprende la vida.

A los que nos gusta pensar en los mitos (pues no hay ninguna sociedad que pueda prescindir de ellos), el hundimiento del Titanic y su símil con un joystick de volante, el Titán, nos revela una vez más el mito del barco maldito. Uno de los muertos era tataranieto de otro millonario que se murió cuando el majestuoso buque se la pegó contra el iceberg. Y, como sabemos, con los mitos no se jode.

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