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Me acuerdo

La saga -y creación de "Me acuerdo"- la inventó el escritor George Perec en 1978 como recuerdos no tanto personales, sino como fragmentos breves de lo cotidiano. Cincuenta años después, el escritor argentino Martín Kohan publicó su propio "Me acuerdo", en Ediciones Godot, un librito que se compone de su memoria personal.

Cualquiera -y no hace falta ser escritor- está en condiciones de sentarse a la computadora o escribir un cuaderno con sus "Me acuerdo".

Ayer nomás, para calentar la mano después de tres días en que escribí mi última nota para este portal, hice la prueba. Es cierto que vengo con el motor fuera de borda: cada fotografía que subo a mis redes con la saga 200 AÑOS, es un recordatorio automático. No sólo mío, también de los lectores. O sobre todo de ellos que hacen un trabajo extra: procuran identificar personajes, lugares, situaciones, datos concretos que la foto omite. Es cierto que una imagen vale más que mil palabras, pero a veces, ante ciertas fotografías, la palabra sirve. Para eso se inventó el epígrafe.

El otro día, mirando fotos en lo de mi amiga Fernanda Blanco, me encontré con uno de esos retratos inesperados. Es la foto que acompaña este artículo. El primer negocio de Óptica Foto Rembrandt, algunos años antes de que se mudara al local que la hizo célebre. Ese local también estaba en Rodríguez, a pocos metros del Teatro Cervantes. La foto que publico no es muy buena, dado que se trata de una foto que le saqué con el celular a la fotografía original, pero igual sirve. No sólo la imagen cuenta un inicio, un punto de arranque (de los Fortunato), un comienzo laborioso como casi todos los inicios, frente al local vasto y hermoso con que después habríamos de conocerlos.

No hay, por tanto, salvo lectores muy memoriosos, un me acuerdo de ese momento original. Vemos la fachada, más bien humilde, vemos el cartel artesanal que dice "Foto Rembrandt Kodaks", y deducimos que el complemento del rubro óptica habría de llegar un tiempo después.

Vemos estacionado en la calle el automóvil, que es central a la hora de pintar la época de la foto. Y no vemos mucho más. Nuestro "me acuerdo", entonces, está acotado necesariamente por la distancia. Nuestro "me acuerdo" es enteramente biográfico, salvo que nos acordemos por la memoria de los otros. Así funciona, entonces, el re-cuerdo. Seguramente aquellos vecinos que vivieron en la contemporaneidad de los inicios de Foto Rembrandt, si estuvieran en este mundo, podrán acordarse de muchas más cosas. Tal vez las veredas estrechas, de que por esos años y durante un tiempo Rodríguez fue mano y doble mano, que todavía, como una epifanía, dos comerciantes del centro se disputaban el fervor de sus clientes a través de los cine bar que regenteaban. Uno era dueño del Bar Cine Bar El Moderno, por lo tanto podrá recordar que allí pasaban películas en el auge del cine mudo. Otros recordarán que cuando ambos cine bares, en busca de captar la clientela del otro compartían la proyección de sus películas, debido a la magra consistencia de la energía eléctrica, hacían saltar los tapones de toda la ciudad que, dicho sea de paso, muy bien iluminada no estaba por el Trust, hasta que en 1936 el tándem Nigro-Blanco Villegas fundó la Usina.

De modo tal -a esto quería llegar- que hay un "me acuerdo", el de Perec y Kohan y tantos otros que se pusieron a escribir sobres hechos menores de sus vidas, y un "no me acuerdo" o, más honestamente, un no sé.

No sabemos, por ejemplo, qué hay ahora en ese local que ocupó, desde que abrió sus puertas, Foto Rembrandt. Podemos arrojar datos al voleo: tal vez la óptica, tal vez la farmacia de Escudero, son apenas conjeturas. Pero saber, lo que se dice saber, no lo sabemos. Está claro que esta cuestión no determina el movimiento de los planetas o el final de la guerra de Rusia con Ucrania. Son saberes que si no tuvieran, como hubiera dicho don Carlitos Marx la intención crítica de la revisión histórica, serían tan solo conocimientos en el rubro antigüedades. Un saber anticuario. No está mal para quien gusta de esas cuestiones. A mí, que tiendo a revisar la historia para encontrar su momento crítico, lo que produjo tal o cual acontecimiento, en fin, el devenir de las leyes de la historia y sus acontecimientos, me tienta pensar otra cosa frente a la foto de esta nota. Me arranca un par de preguntas. Por ejemplo, ¿qué habrá pensado la competencia de los Fortunato? ¿Que se les venía la noche? ¿Qué iban a tener que tocar los precios? ¿Que había aparecido el gen de una casa de fotografía marcada para ser historia? Por otro lado, no me lo imagino a don Jaime Ros (de la histórica y siempre añorada Casa Ros) preocupado en estos temas. Ros ya era Ros, un tremendo fotógrafo, antes de que los Fortunato comenzaran a escribir su historia y tal vez -y sólo tal vez- en esa época era un poco más generoso el proverbio de que el sol sale para todos.

Sí podemos coincidir en algo, al menos con esos muchos lectores que gustan de las fotografías antiguas (no digo viejas): la foto es preciosa por lo que es y por lo que inspira. Un mundo ido, un tiempo colgado del cordel de la melancolía. Más de uno, supongo, como yo, daría algo más que un rato por el paseo en el shopping de Alto Palermo por volver cien años atrás a ese día, abrir la puerta de Foto Rembrandt y mirarlo todo a su alrededor. Los estantes, las cámaras, los rollos, las fotos, la decoración del local, el laboratorio. Para luego, muchos años después, poder decirle a sus lectores, como Perec y Kohan: me acuerdo.

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