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La última en el bar

Entre Roque y el Tucu no se ponen de acuerdo y dudo que ahora, cuando el año entró en tiempo de descuento y cae su telón inapelable, vayan a llegar a un consenso.

Para Roque el hecho más importante de 2022 fue el Mundial, ganarlo, nada más ni nada menos. Dice que difícilmente se pueda comparar un acontecimiento como ese, con la alegría popular que despertó, después de 36 años de sequía.

Pero el Tucu, que no niega el argumento, le pide que concentre su mirada (¡ah, el ombliguismo serrano!) a lo que pasó en el interior del valle de la comarca. En la ciudad. "Y el Mundial fue en Qatar", agrega, como si hiciera falta.

Entonces para él, para el Tucu, no hay lugar a dudas de que el hecho del año fue un siniestro con suerte, puesto que frente a la magnitud del episodio no hubo que lamentar víctimas fatales.

-Está claro que la explosión de Requeterico es el caso más destacado del año -dice.

Como no se ponen de acuerdo intentan que un tercero -el que suscribe- salde la diferencia. Entonces pienso en Fernando Alessi, un amigo, el hombre que desde su ímpetu emprendedor se proyecta para convertirse en el sucesor de Horacio Morrone. Fue este año que se va en el que vivió su momento de esplendor empresario: atravesando la pandemia y miles de avatares logró levantar el edificio de Sancor Seguros en la Avenida Avellaneda. Lo inauguró con todo el orgullo y la alegría: los capos de Sancor, que tiene su sede en Sunchales, participaron del evento que Fernando cerró con un discurso para la ocasión.

-¿Y? ¿Vos qué pensás? -me dicen a coro Roque y el Tucu.

Yo en ese momento estoy pensando en Fernando. Creo que la cronología fue así. Inauguró el edificio. A los dos meses, un miércoles, llegó una mujer a contratar una póliza de seguro para su nuevo negocio: una casa de té en la Avenida Brasil. El día después, el jueves, se firmó la póliza, con la cual el negocio quedó asegurado. El viernes el local de Requeterico explotó. ¿Se puede tener tanta mala suerte? Está claro que Sancor cubrió y pagó todo lo que le correspondía en cuanto a su responsabilidad civil y según dicen este hecho no se correspondió con un mínimo gesto de empatía por parte de la asegurada. Unos cuantos vecinos que conozco de la zona de la explosión también reclamaron esa visita de cortesía que nunca ocurrió. Una inmensa dosis de suerte (si es que el azar no forma parte del destino que está escrito y no conocemos) atemperó la explosión más grande en la historia de la ciudad: como sucedió a medianoche, el comercio estaba cerrado y no pasaba ni el loro, sólo hubo que lamentar la destrucción del lugar y los daños en las viviendas vecinas. La explosión no ocurrió debido a la fatalidad, es decir a algo que no puede evitar, pero bueno, esa cuestión no se está discutiendo en la mesa del bar, ahora, en la última crónica del año.

-No podemos catalogar al siniestro de Requeterico como el hecho más destacado -digo-. Eso sería ir por la negativa. Traten de recordar, entonces, lo mejor que nos haya pasado.

-¿Lo mejor?

-Sí, claro.

Entonces a los tres nos embarga la certidumbre de esta época: ninguna noticia dura más de dos minutos (salvo las muy truculentas) y sucedieron tantas pero tantas cosas que al final no podemos retenerlas. La cantidad afecta a la calidad. Sobre demanda de hechos, de cosas sucedidas, algunas banales, otras más importantes, en todos los ítems, deportivos, sociales, culturales, históricos, políticos. El 2022 se nos va de entre las manos sin que podamos retener un momento, un solo momento que podamos poner en el marco.

-Tengo uno -digo.

Roque y el Tucu esperan. Piden otra vuelta de café mientras atrás va quedando la explosión de Requeterico y la explosión del Mundial de Messi.

-El corazón de Isidro. O mejor: el corazón de Isidro y del niño que murió para que él viva.

No he contado a los lectores que ambos parroquianos de la mesa tienen la lágrima fácil, un síntoma ineludible del biológico viejochotismo. Pero bueno, en este caso está largamente justificado. Roque levanta su pocillo de café y el Tucu su cortado en jarro, lo entrechocan sin palabras, con los ojos nublados, como si no hubiera más nada que agregar antes de brindis del 31.

-Brindemos por Isidro -propongo. Por su vida, por la felicidad de su familia y los diez meses más terribles que vivieron. Y para que Dios o la divinidad que sea, la noche del 31, se apiade de la agobiante tristeza de la mamá y el papá del otro niño, el que ya no está pero está, del niño cuyo corazón late entre nosotros, acá nomás, entre en el Papa Noel que pasó y los Reyes Magos que van llegando.

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