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El escalofriante documental "Guillermo Pérez Roldán
Confidencial" que se está emitiendo por Star + llegó con una sorpresa que se
agrega a los ya conocidos y terribles maltratos de Raúl Pérez Roldán sobre su
hijo: una trompeadura a la tenista Graciela
Pérez, que entonces tenía diecisiete años, y la violencia a la que la
exponía en el frontón, tal como lo detalló Martín Jaite.
Con el aliento contenido. Así se miran los tres capítulos de
la serie donde Tandil ocupa un lugar central, pues fue, como sabemos, el sitio
donde un hombre que había llegado con lo puesto de Buenos Aires, a comienzos de
los 70, creó la célebre escuela de tenis del Club Independiente. Ahora,
cincuenta años después, en el ocaso de su vida, el pasado -o lo peor del pasado-
golpea la puerta de la memoria de Raúl
Pérez Roldán. Pero no parece conmoverlo. Primero lo había hecho su hijo, en
una muy comentada nota del periodista Sebastián
Torok en La Nación. Si esa
entrevista reveladora estremeció al mundo del tenis -y también a nuestra
vecindad-, el documental expone una obra de terror en la vida del hijo del
entrenador, del que se sabía afecto a la dura disciplina militar propia de su
método de trabajo, pero se ignoraba eso que otro exalumno suyo, Mariano Zabaleta, definió con un
término psiquiátrico: un psicópata. Es el mismo Zabaleta el que cuenta cómo
logró salir del laberinto cuando aún tenía un contrato firmado: a través de un
arreglo que propició "un abogado muy
conocido de Tandil", dice, sin nombrar, deducimos, a Jorge Dames. Liberarse de Pérez Roldán le costó 100 mil dólares. No
quería pagarlos, era mucho dinero y él tenía 18 años. Dames le dijo esto: Por
mi profesión conozco a muchos psicópatas y él es uno de ellos. Te digo en serio:
pagá y liberate. Eso hizo, a metros de que su padre y el entrenador se
trenzaran a las piñas.
No hay forma de eludir la pregunta central: ¿por qué? ¿Qué
razón había para que un padre destroce de semejante manera la vida de su
primogénito? O qué pasaba por la cabeza de ese hombre al momento de ultrajar
hasta el escarnio a su propio hijo y empujarlo a un doble intento de suicidio,
uno disparándose un tiro con un revólver que le había regalado su abuelo que
era policía (y la bala no salió), y el otro tomando a fondo en su auto una
curva del viejo circuito semipermanente de Tandil, sin estrellarse en el
intento. Patadas, trompadas, insultos, palazos, cintazos, toallas mojadas, golpes
de todo tipo y tenor y una mayúscula estafa con el dinero que había ganado
Guillermo Pérez Roldán a lo largo de su carrera, es el pavoroso menú que un
hijo -aún desencajado y maltrecho- cuenta a lo largo de la serie. Hay momentos
conmovedores: "La palabra de un padre es
tan fuerte, tan increíblemente fuerte...", explica para contar por qué nunca
se defendió ni reaccionó ante semejante maltrato. La palabra del padre era la
autoridad y el pánico que le producía la violencia -física y psíquica- lo llevó
a un estado de sumisión dolorosa. Un padre que sistemáticamente humilla a su
hijo, el silencio de todos los que sabían qué estaba ocurriendo y en el medio
los testimonios de los que entonces callaron y ahora se hacen cargo de ese
silencio: Zabaleta, Martín Jaite, Pico
Mónaco, los periodistas Guillermo Salatino
y Gonzalo Bonadeo, entre otros.
La serie trae, además, una revelación. Cuarenta años después
habla la extenista Graciela Pérez. La primera tenista de fuste que formó el
entrenador. Un larguísimo silencio temporal quiebra la serie. En su cara lleva
tatuada esa expresión entre atónita y doliente, como si por fin pudiera
encontrar un hueco del pecho donde soltar las palabras. "Nunca conté esto durante cuarenta años, es la primera vez. Nadie lo
sabe", dice Graciela. Entonces relata que una vez "a él se le fue la mano". Cuenta que Pérez Roldán le deformó la
cara a trompadas, que debió inventarse un viaje a un torneo para que su familia
no le viera los moretones. En el epílogo del tercer episodio, será el tenista
Martín Jaite el que relatará el otro lado de un frontón mítico. La pedagógica pared
de cualquier aspirante a tenista en esas épocas. En el club Independiente aquel
frontón -en la foto que acompaña este artículo- era casi una leyenda. Jaite
pareciera evocarlo exactamente igual, aunque el hecho ocurra en otro sitio.
Primero describe el frontón con el medio círculo en el centro. El tenista debía colocar la
pelota dentro del medio círculo. Después cuenta que un día llegó y vio que Graciela
Pérez estaba entrenando en el frontón. Y que cada vez que erraba una pelota,
cada vez que la bola se le iba afuera, recibía un pelotazo en su espalda.
Se lo tiraba su profesor Raúl Pérez Roldán...
Toda la historia es un espanto en sí misma, incluido el
prematuro final de la carrera de Guillermo: su padre, por una estúpida
discusión de tránsito, se trenza a trompadas con dos tipos. El hijo sale a
defenderlo. Le mete un piñazo a uno de ellos y se rompe la mano. Se rompe los ligamentos
de la muñeca. La mano nunca sanará. Como una
mueca macabra, debe dejar el tenis por haber defendido a su padre. Y deberá llegar a la mitad de su vida para entender
por qué de niño le costaba memorizar las cosas, entre otras cuestiones: sufría
de epilepsia, una enfermedad que lo acompaña hasta el presente.
El amor de un hijo a su padre, a pesar de semejante martirio, finalmente se romperá para siempre con una "traición", tal el nombre con que Guillermo explica su parte de la millonaria ganancia que hizo en el tenis y que el padre le birló. El momento en que dejó de ser su hijo. "Entendí que si las dos veces que quise matarme no pude hacerlo, había sido por alguna razón". Y agrega: "Era porque algo mejor me estaba esperando", y aparece con su bebé en brazos. "Me da mucha pena que me tendrá poco tiempo", dice. A los cincuenta años de papá grande, entre lágrimas, esos cálculos son inevitables.
La última imagen de la serie se la lleva el padre imperdonable. Un primer plano patético. No hay culpa, no hay perdón, no hay remordimiento. Apenas una duda débil de Raúl Pérez Roldán cuando dice: "Como entrenador fui bueno... ahora lo demás...". Lo "demás", Raúl, revuelve un poco las tripas y te deja en el último escalón de la condición humana: el de los padres violentos, maltratadores, verdugos y abominables. Lo "demás", también, es que ahora lo sabe todo el mundo.
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