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Había ido a nadar a Escualo. El agua tal vez era una parte
de su felicidad. Salió de la pileta y a las tres horas su corazón colapsó.
Falleció en atardecer de ayer, a los 59 años. Era el alma mater de la Usina,
pero era mucho más que eso. Tenía un trabajo que lo hacía feliz, una familia
espléndida, empezaba a quedarle lo mejor por delante. Pero, como sabemos y no
prestamos debida atención, el futuro no existe. La vida es hoy.
No recuerdo cuándo lo conocí a Mario Cabitto. Estamos hablando de él. No era un tipo popular, de
esos personajes que conoce toda la ciudad. Pero era un distinto, un tipo muy
querido. Ahora, cuando todavía intentamos digerir la noticia, es difícil
explicarlo. Le sobraba humanidad, por
decirlo de alguna manera. No quiere decir que fuera un santo, ni un mártir ni
nada de eso. Era un tipo íntegro. Y no son épocas donde la integridad abunde.
Es más, ¿quién habla de integridad hoy? En el devenir cotidiano de las palabras,
las que usamos en la lengua común y las que están de moda: ¿cuántas veces la
integridad se enuncia, o se lee, o se escribe? Viene del latín: rubustez,
totalidad, pero como bien lo explica la etimología, el vocablo deriva del
adjetivo "integer", que quiere decir: intacto, entero, no tocado o no alcanzado por un
mal.
¿Y cuál es el mal moral de esta época? Hay varios, pero uno de ellos es
subsidiario de otro. El mal de esta época (y de todas las épocas) es el poder,
y por extensión, por directa añadidura, lo que deriva del poder: el maltrato,
el destrato, la impunidad y el oficio de humillar al prójimo por parte de quien
lo detenta. Mario era la cara "contable" -después explico el encomillado- de la
Usina. Era literalmente el tipo que tenía el poder de la empresa por conocerla
hasta la médula, y tenía un poder que no era delegado, es decir no el del presidente
ocasional nombrado por el intendente ocasional. No. Era un tipo que había hecho
su carrera desde abajo, que había subido escalón por escalón con el único
equipaje del saber. Poseía, en la superficie de las cosas, un saber técnico y
un extraordinario timming con la gente. Conocía cada medidor de la Usina, por
decirlo así, pero en la hondura, en el bajo fondo donde se mueven los grandes
temas de una empresa icónica (los temas de inversión, financieros, estratégicos),
de una empresa que además es el símbolo de los tandilenses, él sabía mejor que
nadie cómo funcionaba la cosa. Era el cerebro de esa delicada maquinaria. Sabía,
como pocos, la genealogía del poder. Y sabía precisamente que la mejor forma de
gestionar el poder es prescindiendo de él.
Mario Cabitto había llegado a Tandil en 1981, había estudiado Ciencias
Económicas y estaba trabajando en la Secretaría de Hacienda del Municipio bajo
la órbita del contador Daniel Vinsennau,
quien en 1989 le encomendó la solución del conflicto que por entonces había con
la Cámara Empresaria y la tasa de seguridad e higiene, en plena administración
comunal del intendente Gino Pizzorno.
Cabitto llegó a un acuerdo con el presidente camarista Walter Levy, y fue Jorge San
Miguel -como presidente de la Usina- quien le ofertó ingresar a la empresa,
en agosto de 1990, como contador para la ejecución de tareas técnicas y
contables.
Cuando empecé a escribir el libro de los 80 años de la Usina, entendí un
poco más la génesis de su vida en la Usina (y digo "de su vida" porque dudo que
exista otro empleado jerárquico que haya entregado tantas horas y tanta
devoción por la Sociedad de Economía Mixta). Me contó aquella vez: "En 1994 se jubiló el gerente administrativo
don Arturo Sanmarcos. Era un hombre que tenía condiciones de líder natural y
del cual yo aprendí mucho. En ese momento yo era adjunto a la gerencia, padecimos
dos hiperinflaciones y hubo que hacer un aprendizaje muy veloz. En los 90
Tandil empezaba a tener un crecimiento de demanda y de usuarios, y la
estabilización de los costos fue lo que permitió después realizar la primera
distribución de dividendos que yo viví, allá por 2001. El gobierno tomó una
parte de recursos importante y otra parte tomaron los accionistas privados. Era
la acumulación de utilidades de los 90 y fue un salvataje enorme para el
Municipio en un momento muy crítico del país. Con la jubilación de Sanmarcos,
asumí la gerencia administrativa y financiera. Yo era muy joven, el cambio fue
muy brusco, tenía 34 años. A mí me gustaba mucho mi trabajo, lo disfruto mucho.
En ese momento tenía a cargo toda la parte de administración de la empresa, contable,
proveedores, atención a usuarios, facturación, la parte informática, centro de
cómputos de la empresa, proyectos, presupuestación. Y en el 2005 se me agregó
toda la parte de las relaciones laborales, en pleno inicio de paritarias". Después ponderó la gestión de San Miguel,
me dijo que la relación con Zanatelli había tenido sus buenos y malos momentos,
y que desde que llegó a la empresa le había tocado pasar por todas las crisis
que sacudieron al país.
Si hay un ejemplo de superación personal, ese ejemplo lo dio
Mario Cabitto. Si hay un ejemplo de compromiso, con la Usina, con el Club
Independiente, del cual también fue dirigente, ese ejemplo lo perpetuará en la
memoria de la comunidad. Dueño de una cordialidad genuina que parecía haber
nacido con él, lo recuerdo aquellas mañanas en que me traía un café a una de
las salas de la Usina donde yo revisaba los libros de actas y documentos muy
añejos para reconstruir la historia de una empresa local que nació en una mesa
del Club Hípico entre el acuerdo político del dirigente socialista Juan Nigro y el médico del partido
conservador Debilio Blanco Villegas,
para derrotar con la ideología del localismo al monopolio foráneo del Trust que
en 1936 tenía harto a los tandilenses esquilmando sus bolsillos "con su luz mala y cara", como solía
escribir Nigro en el periódico Germinal.
Hay un lugar común que dice que el cementerio está lleno de
imprescindibles. Es cierto, pero cada regla tiene su excepción. Mario Cabitto
era uno de esos imprescindibles en serio. Su muerte deja una inmensa tristeza
en quienes lo conocieron y un vacío insondable en el lugar que ocupó.
Diligente, eficiente, afable, visionario, hecho con la madera de la nobleza, Cabitto
fue el alquimista que conciliaba lo que le demandaba la política con las
responsabilidades de la empresa.
Recuerdo que en aquellos días del libro del 80º aniversario
le gustaba mucho que le contara historias. Disfrutaba del relato cuando tomaba
por el atajo del humor, de la ironía sarcástica, sin importarle demasiado si lo
que le estaba contando era verdadero, verosímil o apócrifo. Con esa misma
alegría me contó el incidente del "Botón Rojo", una historia que hasta ese día
yo pensaba que era una leyenda urbana. Quiero evocarlo ahora contándome aquel
relato:
Durante la celebración del 74º aniversario de la Usina se procedió a un sobrio lunch entre las autoridades de la empresa e invitados especiales en el viejo Salón de Máquinas. Y una vez más, como suele ocurrir en estos actos oficiales, los demonios del protocolo tendieron una trampa que produjo un generalizado ataque de risa entre los testigos del agasajo. Ocurrió cuando tras una pedagógica recorrida en torno a los míticos motores y los discursos de ocasión, Marcelo Funaro, uno de los trabajadores de la empresa con cargo de jefe, pretendió demostrar a los comensales cómo en los tiempos fundacionales de la Usina el accionar de un sencillo botón de color rojo interrumpía el suministro eléctrico a toda la ciudad. A fin de corroborar empíricamente sus dichos, Funaro -suponiendo que el vetusto mecanismo también ya formaba parte de la historia- pulsó el botón concitando la atención de los presentes, pero sin imaginar lo que sucedería un segundo después: la antigua Sala de Máquinas, el resto del edificio de la Usina y enteramente toda la ciudad quedaron sin luz frente a la demostración del operario. La desopilante anécdota -y las cargadas que recibió Funaro- perduran hasta el día de hoy en la familia usinista.
Entró a la pileta, nadó, salió del agua y al rato el corazón le dio un brinco y se fue. No hagamos planes. La vida es ahora. O mejor: la vida es un click, el click que apreté uno de esos días felices en el club de nuestros amores. Habían traído, para que la viéramos, la Copa Davis a Tandil. La Ensaladera de Plata que ganó Del Potro exhibida en el mundo rojinegro. Estábamos todos felices. Estaban Mario y su esposa. Justo los vi. Tenían de fondo a la legendaria Ensaladera. Justo me vieron, se pusieron la sonrisa de sombrero y pulsé la cámara del celular. Así también lo seguiré recordando.
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