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La actriz Flor de la V nunca lo conoció a Oscar Scarcella, por lo tanto no tiene
la menor idea de que ese ruido atronador que en la tarde del sábado pareció irrumpir del lecho de la tierra perturbó hasta el insomnio al pionero de las
cabañas locales. No lo sabe, Flor de la V, a pesar de que está alojada en una
posada que se encuentra a metros de la Hostería La Cascada, y a metros también
del truculento ruido de los coches de carrera que ayer destrozaron la silenciosa
quietud de Don Bosco.
Se sabe que este tema viene de lejos. Recuerdo haberlo visto
al propio Scarcella, a fines de los 80, en el estudio de Canal 2 de Cerrovisión.
Parecía un Quijote en pelotas. No tenía a los molinos de viento sino a medio
pueblo en contra, cuando el hombre que había dejado la zapatería Tressam
intuyendo que el futuro estaba en el turismo, le pedía al Tandil Auto Club que
se mudara de domicilio, que llevara el circuito a otra parte. Pero en aquellos
días todavía resonaban los ecos de la última carrera de Turismo de Carretera en
el semipermanente. Se iba el TC y se iban las multitudes que se apostaban a la
vera de la ruta, pero se quedaba -y no sabía por cuánto- el circuito de La
Cascada. Scarcella había levantado su hostería a metros del circuito, cuando
todo lo que había por la zona era el Boliche de Noli, la Posada de los Pájaros
en construcción, algunas quintas y no mucho más.
Es obvio que Scarcella estaba destinado a perder la batalla
contra el Tandil Auto Club. No sólo por la soledad casi conmovedora con que se
presentaba en la televisión local para explicar lo que por entonces parecía
un silogismo enredado: la imposible convivencia, en ese lugar, del turista con la pista de carreras.
Lo primero que le sacudieron por la cabeza fue un argumento que todavía se
sostiene (el que, por otra parte, usan contra el psicoanalista lacaniano Ángel Orbea los dirigentes del Tiro
Federal): le dijeron que no tenía derecho a quejarse porque la pista de
carreras y el Tandil Auto Club mismo estaba antes
de que a él, a Scarcella, se le ocurriera construir una hostería, que a la
postre sería la primera cabaña de Tandil. Mucho antes, le dijeron. Desde 1968,
aproximadamente. Es el concepto central con que se pretende saldar cualquier
tipo de polémica o reclamo. Si se te ocurrió hacer una cabaña al lado de un autódromo, jodete. Como si el derecho de haber llegado antes a un
lugar y ocuparlo fuera de orden divino y estuviera por sobre el derecho de los
que llegaron después. Esta curiosa concepción que destila conservadurismo por
todos los poros ganó la batalla cultural, a pesar de que el curso de la
realidad -la única verdad- demostró que Scarcella tenía razón: treinta años
después Don Bosco se convirtió en el polo turístico por excelencia de la ciudad, más de 25 complejos de
cabañas habitan la zona, los turistas que allí se alojan buscan un rincón de la
naturaleza donde relajar los huesos, respirar el aire del lugar en medio del
silencio apacible y caminar en zapatillas por sobre el granito del sistema de
Tandilia, es decir poner las patitas sobre un manto de piedras de 2000 millones
de años geológicos, la edad de nuestras sierras.
Eso seguramente vino a buscar este fin de semana la actriz Florencia Trinidad, por todos conocida como Flor de la V, junto a su familia. Como tantos otros turistas que se han alojado
en los complejos de cabañas que fueron creciendo a la vera del desaparecido circuito
semipermanente, el que por sus muchos matices y peligros fue justamente bautizado
como el "Nürburgring argentino".
Lo que no habían pensado los turistas, es que muerto el Nürburgring argentino le sobrevive la modesta pista local donde ayer las máquinas de la categoría APAC, donde en torno a ella también gira una industria (es decir, gente, es decir trabajo), pulverizaron el silencio del lugar irradiando las esquirlas del estruendo, de paso, a buena parte de la ciudad (el ruido de los autos se escuchaba en el cerro los Nogales, a cinco kilómetros exactos de La Cascada).
Algunos turistas pidieron la devolución del dinero y se fueron; otros, resignados, se sentaron a esperar que los motores se tomaran, al menos, una pausa. El grupo de wathsap de los prestadores turísticos de Don Bosco hervía del disgusto, sin embargo en esta encrucijada entre dos mundos sin nada en común que deben convivir en un mismo sitio la historia ha quedado detenida. Más de un memorioso se debe acordado de Oscar Scarcella, el zapatero de Tressam que un día de hace muchísimos años entrevió la prosperidad del turismo allí donde no había exactamente nada. Bueno, sí, estaba el paseo de la Cascada bipolar (sólo tiene agua que le cae de las sierras cuando llueve) y el circuito del Tandil Auto Club, incólume con su tradición tuerca en el contexto de un lugar que hoy por hoy no tiene nada que ver con aquel Don Bosco donde se construyó. A metros del bicentenario de la ciudad, la cuestión sigue sin resolverse.
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