VOLVER

Chocolate, el perro chorro

El único perro bolsiqueador en la historia de nuestra ciudad (para utilizar la jerga habitual entre policías y delincuentes), se llamó Chocolate. Sus aventuras fueron realmente insólitas y hasta la fecha no tuvo epígonos, ni aquí ni en toda la Vía Láctea. Sabemos que la figura de un perro está asimilada al paradigma de la lealtad, la bondad y el compañerismo. Por lo tanto configura un abrupto anticlímax referenciar a un ser de esta especie como un mero delincuente común. Sin embargo, Chocolate así lo era.

La excepcionalidad de este ejemplar estaba guardada en un cofre de siete llaves, pero el habitué de un sospechoso "bar" suburbano dejó trascender el acontecimiento y a partir de entonces la historia habría de adquirir ribetes míticos. Los primeros signos de la epifanía fueron registrados por los parroquianos de El Gaucho Rubio, un bolichón que en 1957 era un despacho de bebidas al paso con damas adentro. Ocurrió cuando el habitué y peluquero ambulante Filisberto Fernández disparó a viva voz frente a la perplejidad de los parroquianos:

-Anoche en este lugar ocurrió un hecho extraño: me afanaron la billetera -soltó.

Al principio nadie creyó la veracidad de su narración por la desviación natural que la ginebra producía en la mente del hombre que para ganarse la vida trabajaba como peluquero a domicilio. El Gaucho Rubio era lo que hoy se conoció como un típico café-bar. Estaba ubicado en la última línea del horizonte donde asoma la Avenida del Valle y muere Colón, y se había ganado el desprecio de las comadronas del barrio y el interés de buena parte de sus maridos. El nombre del boliche tenía hasta una implicancia borgeana, aunque seguramente no exista asociación alguna entre aquel paisano rubio y árido del cuento La Intrusa con el gaucho rubio del cabarulo en cuestión. El lugar era una típica fonda sombría con estantes de madera, tres butacas rústicas donde se aposentaban las alternadoras y cuatro o cinco mesas de madera para los parroquianos. Era, El Gaucho Rubrio, uno más de los casi 140 piringundines de la época. Y el perro que allí vivía no parecía de este mundo, aunque lo fuera.

Ya por entonces el pueblo atesoraba una compilación de perros extraños por su malicia. Animales que a lo largo de las décadas supieron aterrorizar a chicos y grandes por igual. La nómina incluye a Colmillo, un perro que odiaba las escobas y cada vez que advertía a una vecina barriendo la vereda la emprendía a tarascones contra pantuflas, escoba y tobillos; Kaiser, un mastín gordo y abandónico que había sido arrojado por su dueño desde el baúl de un Kaiser Carabela y desde entonces, mientras esperaba a su amo que nunca volvió, había tomado por costumbre la mordida mañanera a los repartidores de El Eco y Actividades; Mustafá, el perro de un turco que vendía casa por casa -y sin ningún pudor- un tónico energizante "para revivir el miembro viril", solía decir con escaso tacto. El árabe farabute había entrenado al perro estimulando cierto rasgo de ferocidad que traía desde la cuna, y los vecinos solían comprarle con disimulo el Viagra de la época, lamentablemente apócrifo, para que Mustafá cesara su temible ladrido in crescendo y amenazante. Y el peor perro de todo el glosario, al que los vecinos unánimemente llamaron PerrodeMier, una suerte de cruza entre salchicha y foxterrier que había llegado a este mundo sólo para morder al semejante, fuera hombre, mujer, niño, viejo, minusválido, atleta o lo que primero se topara en su camino. PerrodeMier había derrotado el venerable proverbio "San Roque atá a tu perro, San Roque atá a tu perro" que rezaban con el recto fruncido por el miedo, las comadronas de la Avenida y todo el que iba o venía por el lugar. Su vida terminó abruptamente cuando una madrugada de invierno la perrera municipal lo levantó en medio de una gran batahola, al costo de que su verdugo perdió media nariz en la mordida póstuma.

Pero ningún caso pudo emular al de Chocolate. Habitó la fonda de El Gaucho Rubio hasta que el gastronómico-proxeneta vendió su despacho de bebidas con mujeres adentro y el perro incluido, a un señor del que se lo conoció solamente por su apellido, poblado de la vocal e: Perejere. A partir de entonces, la historia adquirió ribetes legendarios pero reales. Lo más parecido al boom del realismo mágico que por esa época escribía Gabriel García Márquez en Cien años de soledad.

Chocolate, que era un perro largo y chato, cultivaba una disciplina infrecuente para su raza: le robaba la billetera a los clientes del boliche con un modus operandi que hasta hoy es considerado como inédito e irrepetible: mientras los varones, sentados a las mesas de la fonda, bebían hectolitros de alcohol con las mujeres del lugar desparramadas sobre sus faldas, Chocolate se acercaba subrepticiamente a su víctima, le olfateaba el bolsillo y de un suave tarascón le escamoteaba la billetera. Era una maniobra de prestidigitación digna del ilusionista más renombrado, en los años donde René Lavand acababa de renunciar a su empleo en el Banco Nación para irse a probar suerte a Buenos Aires. Luego del bolsiqueo de la billetera, Chocolate completaba su obra maestra perdiéndose en el patio del inmueble y buscando su cucha, que estaba ubicada detrás de un aljibe. Allí, el perro dejaba la billetera en el interior de un sombrero y volvía al salón para olfatear el bolsillo de su próxima víctima.

Es probable -como ocurre a menudo en un pueblo donde la realidad doblegó a la ficción- que más de cincuenta años después, los vecinos y lectores no den crédito a esta historia. Sin embargo, ningún parroquiano del boliche El Gaucho Rubio que luego compró el señor Perejere podrá desmentirla; tampoco lo harían los vecinos que por tradición oral, en asados y otras tertulias contemporáneas, acercaron a este cronista de usos y costumbres las aventuras surrealistas de Chocolate, el perro chorro que reinventó su formidable historia y del cual, que se sepa, no dejó descendencia.

Foto: imagen figurativa.

APORTA TU PENSAMIENTO

Los comentarios publicados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de sanciones legales.

Últimas noticias

Artículos

Zapatos

28/04/2021

leer mas

Historias

"Bon o Bon", a pedido

08/05/2021

leer mas