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La Zona Tandil en su cumpleaños

Todo escritor tiene su zona narrativa, es decir ese espacio donde decide escribir su obra. Sé que la palabra obra es medio presuntuosa, pero bueno, no encuentro ahora otra forma de llamar a ese corpus de textos que he escrito durante tantos años.

Es obvio que uno transita una zona menor, acorde también a una pluma menor. El Macondo del Gabo, la Santa María de Onetti, la geografía santafesina de Saer, el Yoknapatawpha de Faulkner, la Nueva Orleans de Kennedy Toole, por citar tal vez algunos de los lugares más célebres, son las zonas literarias de escritores emblemáticos y notables que de alguna manera han imbricado sus textos, vamos a decir sus ficciones, con el influjo magnético de las zonas donde escribieron.

Tandil, la tandilidad, hoy cumple 199 años. Este número no sería nada si no fuera por la potencia de sus vísperas: el bicentenario que viene al galope desde el futuro. Pero, ¿hay un futuro? ¿O no es esto que ya estamos viendo desde hace un tiempito el futuro mismo, el futuro que ya llegó? Una ciudad empatada demográficamente entre sus nativos y los que, como buenos migrantes de la globalización, la eligieron para vivir. Una ciudad que tal vez nos sorprenda en el censo inminente y que parece en estado de gracia para el éxito, más allá de todo lo que falta, en especial respecto a infraestructura en los barrios periféricos.

Ahora, ¿podemos imaginar cómo sigue esta historia? Ciertamente, para un escritor de ficciones el Tandil del siglo XX y parte del XXI fue una bienvenida imposibilidad escrituraria. Es sabido que aquí la realidad derrotó a la ficción. No hay escritor, por más potencia imaginativa que irradie su pluma, en condiciones de doblegar algunas cuestiones que el bicentenario dejará atrás y que son literalmente irrepetibles. Como zona de escritura, Tandil para mí es más propicia hacia el pasado que en el presente. La genealogía de esta ciudad, los personajes que disparó, la trama circular de su idiosincrasia que define ciertos actos atávicos, como la resistencia cultural a lo nuevo, y el oxímoron de su ideología -basada en un conservadurismo que hace- es lo que a partir de hoy, en la cuenta regresiva del bicentenario, dejamos atrás. Lo literalmente irrepetible. Debo haber escrito más de 1000 historias donde -casi siempre- la demoledora realidad pulverizó al relato. Los invito a revisar unos pocos episodios de esta cosmovisión que elegí para mi zona narrativa, el territorio como máquina de crear historias y mitologías, algunas insuperablemente bizarras.

A saber. El músico de la banda municipal apodado Pandereta, un vecino que se pasa la vida diciendo que se va a morir el día que se caiga la Piedra Movediza y, en efecto, muere de muerte natural aquel 29 de febrero de 1912; el bombero experto en explosivos que arma una bomba, la esconde en un baño de la Clínica Modelo y corre a desarmarla para convertirse en héroe por un día y ser echado de la fuerza al día siguiente; un viejo que se muere bailando un tango en la tanguería Elena C después de comerse una parrillada en Al Ver Verás, y, a fin de que no decaiga el entusiasmo de la tertulia, el organizador decide un operativo fellinesco para sacar al finado del lugar; un tipo que hace dos años no paga el alquiler, roba un auto, se lo pone de sombrero en la Curva de la Muerte y el dueño de la propiedad que le ruega al comisario que lo tenga dos días guardado para darle tiempo a sacarle el techo a la casa, única forma con que el tipo se irá de la casa; el camionero bestial que permuta a su esposa Margarita por un camión; el faquir estafador que simulaba su ayuno pero en la madrugada se escapaba para comer escondido en el restaurante Los Dos Leones; el temible comisario Vulcano que ordena que no vuele un solo globo durante el carnaval de 1967, pero hay un único globo que vuela, y es el que le dispara con proverbial puntería Homero Fortunato desde los techos de Foto Rembrandt, cruza la calle y da en el centro de la gorra del comisario que venía atravesando la vereda del Teatro Cervantes; el dueño de la Tienda La Exposición que en 1965 hace grabar a dos voces -mujer y varón- su célebre slogan (Venga corriendo venga volando, la Exposición está liquidando), el avión que sobrevuela la zona de Gardey con la cinta propalando el cantito, el motor que se para, el avión que se cae, los nativos que salen en busca de las víctimas y el paisano que enloquecido por lo inexplicable le dice a los bomberos que al hombre del slogan lo encontraron muerto "¡pero la mujer no aparece por ningún lado!"; el cacique chileno que en 1880 entra al almacén de ramos generales de Rodríguez y Pinto (hoy Cheverry), tal como lo cuenta el memorialista Suárez Martínez, va hacia el fondo del salón y se encuentra con un espejo: lo mira feo y ve que el espejo lo mira feo a él, y está por emprender su furia contra ese "cristiano" y darle con las boleadoras hasta que el paisano que lo acompaña lo detiene en medio de las carcajadas de los clientes; el empresario que vive en el country y en plena cuarentena del siglo de la pandemia pretende hacer entrar a su "doméstica" en el baúl del auto; el comerciante que llegó a banquero y luego compró una radio y un día agarró el micrófono y se convirtió en el campeón mundial del furcio para terminar fundiendo al banco, el bazar y la radio, con magnífica coherencia; el manosanta Garrincha que una mañana de 1985 arribó a la ciudad, reunió una multitud de lisiados, moribundos, enfermos de toda enfermedad que llegaron de los confines del país para que un funcionario de Turismo dijera que ese día era un día de fiesta porque Tandil estaba repleto, y director de turismo, ya extinto, que anunció en conferencia de prensa la obra de un hotel-casino flotante en el Dique y una pista de sky en la falda de las Sierras Las Ánimas, en una ciudad sin nieve...

Bueno, ¿cómo superar esto? Hoy la ciudad cumple años. La historia dice que a las cinco de la mañana del 4 de abril de 1823, con el toque de diana el señor Martín Rodríguez, un militar de familia patricia que nunca ganó una batalla en su vida, ordenó que se empezara a construir la Fortaleza de la Independencia. Una tropa de 400 soldados puso manos a la obra. Está de sobra aclarar que la expedición fundadora no vino de paseo: había que extender la frontera y ganarle territorio a los indios. Como a Rodríguez le costó mucho tiempo establecer el primer núcleo poblacional -cerca de treinta años- Rosas hizo algo que cuentan los libros de historia: mandó en carreta una comitiva de prostitutas para aumentar la población de la aldea. "Gobernar es poblar", escribió Alberdi, y Rosas parece que lo tomó al pie de la letra. Ciento noventa y nueve años después, acá estamos los tandilenses, diez generaciones más tarde, configurando junto con los criollos, los pocos indios que sobrevivieron, los inmigrantes y todos los que siguen llegando, la descendencia de aquellas muchachas que nos envió el Restaurador de las leyes cuando Tandil no estaba de moda.

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