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Dueña de una belleza rara, tan original que resiste los
avatares de la transformación edilicia de la ciudad, la casa ubicada en la
esquina de Monseñor de Andrea e Ituzaingó desde hace una semana anunció se
nueva reencarnación sumándose a la oferta gastronómica de la ciudad.
Como poseída de un presente continuo, la mejor forma de anunciarla es citando el aforismo de José Ortega y Gasset: "Ciudad es ante todo plaza, ágora, discusión, elocuencia. De hecho, no necesita tener casas, la ciudad; las fachadas bastan. Las ciudades clásicas están basadas en un instinto opuesto al doméstico. La gente construye la casa para vivir en ella y la gente funda la ciudad para salir de la casa y encontrarse con otros que también han salido de la suya". Pues bien, ese destino de encuentro que anunciaba el filósofo, a la hora de construir un puente entre la ciudad y las casas, se corresponde como nunca con el nuevo destino de la casa que mandó a construir, en los 70, el doctor Norberto Rabal. Si es un bar, o una casa de té, o un resto bar, o un nuevo género gastronómico que tal vez aún esté buscando su forma definitiva, seguirá siendo ante todo un lugar de encuentro, un ámbito de confluencia que cumplirá la sentencia de Ortega y Gasset: la ciudad del bicentenario se refunda a sí misma para que la gente salga de su casa y entre a otra casa, que nació con el mismo sentido que todas, pero que, en su máxima instancia de plenitud, de extensión, de vida que se renueva, ahora trasciende su original destino de vivienda. Cualquiera, sea vecino o turista, puede entrar a ella.
La torre blanca es el signo de su identidad. Hay pocas casas con tanta
personalidad que resisten la amansadora estética del tiempo. Y muy pocas las
que pueden convertirse en otra cosa. El espacio, el lugar geográfico, el
destino, las leyes del azar, tan ineluctables y la voluntad de quienes se hacen
cargo de todas esas señales, son los motores de la transformación. "Casa
de Antón", desde su nombre, parece un tributo a la memoria del último
dueño de la propiedad, el recordado Víctor
de Antón, un vitalista puro que seguramente, si existe un más allá tan
vital como él, debe estar feliz con la nueva vida de la casa. Su hija Flor y su
pareja, pero también Adriana, su viuda, le han dado un nuevo sentido al lugar,
a instancias, también, del tsunami turístico que refleja una ciudad que no deja
de crecer. Ubicada en un punto de altísima densidad turística, pero también
simbólica en su tradición, por la cercanía con el Monte Calvario y el renovado
impulso del llamado turismo religioso, la casa de la torre blanca acaba de
vivir su cuarto nacimiento.
El primero, decíamos, lo forjó la familia Rabal, con gran
esfuerzo. En los años setenta un médico tenía que trabajar mucho para hacerse
una casa, sobre todo en un punto donde había que cumplir ciertas pautas
edilicias para la construcción. La célebre torre, que finalmente termina por
definir el rasgo de identidad de la casa, parece anticiparse a la puntillosidad
estética de los hermanos Bértoli y
sus torres. Rabal no quería saber nada con la exposición del tanque de agua,
que naturalmente afeaba la fachada, por lo tanto decidió esconderlo. Está claro
que lo logró a instancias de la torre, la cual, por su singularidad y por el
legado danés de la familia (Alice Larsen de Rabal fue quien tradujo las Memorias de Fugl) también fue
interpretada como una alegoría al molino no tan harinero del pionero danés Juan
Fugl, sino a un molino más cervantino. Como la imaginación afortunadamente no
tiene límites, también alguna vez a Valeria Rabal, la hija del médico, le
dijeron que la torre se parecía a una paloma con las alas desplegadas. Cincuenta
años después Guillermo y Oscar Bértoli también pusieron especial énfasis en
enmascarar cada tanque de cada edificio, como se puede ver a simple vista con
tan solo levantar la cabeza
La segunda vida de la casa, como suele suceder, ocurrió con
la venta de sus primeros dueños. A mediados de los ochenta la compró nada menos
que Facundo Cabral para su madre.
Facundo, que por fin la había pegado económicamente, creyó que era una buena
idea que Sara se mudara, apenas unas cuadras, de su pequeña pero confortable
vivienda en Antonena y Brandsen, a la casa de la torre blanca. Como era de
suponer, Sara jamás puso un pie en la casa, ni siquiera para conocerla.
Semejante casa era lo más parecido a un castillo para una mujer sola. Con lo
cual la segunda vida de la casa ocurrió literalmente sin la más mínima pulsión
humana.
La tercera vida ocurre cuando Tochi Trueba compra la propiedad y a partir de allí el tiempo se extiende hasta 1996 en que De Antón inicia el último ciclo de la casa como vivienda en sí misma. Si pensamos que el proceso de globalización en la ciudad comienza en el 97, con la llegada de la cadena de supermercados Norte, este largo tramo de completa transformación de Tandil parece estar hecho a la medida del nuevo destino (o del doble destino) de la casa de la torre blanca: el crecimiento sostenido de una ciudad que se transforma a sí misma en base a su economía diversificada, su cercanía con la gran metrópoli (razón por la cual nunca ha funcionado una línea área), y el notable cambio en el formato de una de sus principales industrias: el turismo. Allí apunta -en parte- el emprendimiento gastronómico que expresa el cuarto ciclo de la casa de la torre blanca, a instancias de un detalle muy importante: quienes forjan este nuevo sitio, con Flor de Antón a la cabeza, saben mucho del tema y tienen un gran recorrido hecho con una mirada cosmopolita. El muy ocurrente detalle en su señalética interna (ver una de las fotos que ilustran este artículo) con el kilometraje que te separan del lugar donde estás sentado de ciudades como Ibiza, Barcelona, Madrid o Pilgrin Rest, es un guiño en ese sentido al visitante.
"Sitios para vivir", se llamaba un programa de televisión que en los noventa conducía el recordado arquitecto Jorge Álvarez Lunghi. Búfalo o Bufalito, le decíamos los amigos. Tengo la certeza de que le hubiera encantado conocer este nuevo lugar ubicado en el vértice que recuerda al sacerdote argentino Miguel de los Santos de Andrea y a una batalla, una de las pocas que ganó el ejército argentino (y oriental), al ejército imperial de Brasil. A metros del Monte Calvario, la casa de la torre blanca es la palpable muestra de que los sitios están vivos, en un presente perpetuo, que sus historias de infancias míticas, de pasados espléndidos, de afectos entrañables y perdidos, circulan por el río de la memoria que siempre fluye a través de las generaciones. Por algo, además, conviene detenerse en el significado del topónimo Ituzaingó, término de origen guaraní que significa "agua sonante al caer". Ya sabemos, entonces, que cuando el río suena piedras trae. La novedad es que el río está sonando y que valdrá la pena darse una vuelta para volver a verlo como la primera vez.
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