Baúl de la memoria VOLVER
En el atardecer del 6 de diciembre de 2002 una valiosa
página de la historia del club rojinegro pereció bajo las llamas: el Quincho se
perdía para siempre cuando se hallaba en pleno proceso de reapertura. El
siniestro -que también afectó a la Secretaría- fue un golpe muy duro para la
Institución. Se trató de una hoguera súbita y letal: en apenas 15 minutos el
fuego se devoró la estructura del restaurante que había entrado de lleno en el
resurgir de su segunda época ya en los albores del nuevo siglo. La historia la transcribo
del libro que escribí para el centenario del Club Independiente.
Andrés Díaz, a cargo del sector de controles del club, fue
un involuntario testigo del hecho: "Esa
tarde había un viento muy fuerte y el Quincho tenía como unas tulipas de
plástico adelante. Eran unas luminarias redondas, unas borlas, altas. El fuego
empezó por el techo desde la chimenea y fue prendiendo todo, incluso la oficina
donde estaban las empleadas y la cocina de la vieja edificación. Enseguida
llegaron los bomberos pero no pudieron hacer nada. Yo venía con mi señora que
trabajaba en la Escuela 501 y estábamos esperando el colectivo azul en la
esquina de Avellaneda y 9 de Julio cuando vimos el fuego. Se quemó todo en
quince minutos".
Nora, la esposa del quiosquero Alberto Santillán, fue otro
de los testigos con más proximidad al incendio. El kiosco de diarios y revistas
levantado sobre Avellaneda a pasitos de Richieri y que el matrimonio atendía
desde 1987 estaba pintado en el paisaje cotidiano del Club Independiente. Formaba
parte de una misma escenografía. Santillán, socio del club y habitué del ritual
de las cartas, el tute y el rummy con un grupo de amigos y socios vitalicios,
llegó a la vida rojinegra de niño y volvió en la adultez casi por una
casualidad. En esos años era taxista y había comprado un número de la rifa
Viencar. La suerte estuvo con él, su número salió y ganó un automóvil cero
kilómetro, pero en vez de elegir el coche solicitó el dinero: $19.200. Una
mañana de 1987 le compró el kiosco al "Muñeco" Gómez, su propietario original.
Lo pagó 11 mil pesos y para él fue un paso salvador: eran los tiempos de
prosperidad para la industria del papel en que, por ejemplo, vendía 40 revistas
Gente por semana, lo que le permitió
darle un estudio a su hijo y vivir dignamente. Pero además la compra del kiosco
fue el primer y decisivo paso para empezar a ser parte de una historia que lo
mantiene ligado al ámbito del Club Independiente no sólo como asociado sino que
ha hecho del club un ambiente más de su casa y que además incluyó una relación
de intercambio con los empleados del club durante treinta años. "El día en que se quemó el Quincho yo estaba
haciendo el reparto y Nora, mi esposa, estaba en el kiosco. Fue impresionante,
se pegó un susto bárbaro, y por un momento temió que las llamas alcanzaran el
escaparate del kiosco. Se quemó todo en un abrir y cerrar de ojos y el calor
del fuego era insoportable".
Con el tiempo se supo qué había ocurrido: el concesionario del Quincho estaba cambiando unas pajas del sector trasero del inmueble. Eran una pajas que se habían podrido y que el hombre empezó a quemar en la estufa hogar -la cual estaba afuera pero anexada al Quincho-, sin reparar en un detalle que al final terminó siendo catastrófico: el exceso de paja vieja que fue echando en el interior de la estufa provocó que la llamarada saliera de su cauce, de modo que la lengua de fuego lo primero que tomó fue el techo y partir de allí con una voracidad fulminante quemó todo lo que encontró a su paso en el interior del Quincho y también la Secretaría donde estaban los muebles y hasta los trofeos de la Institución.
Si bien la explicación aportada es del más irrefutable racionalismo y carente de fisuras tras la propia investigación de los peritos actuantes, no faltaron voces que señalaron como causal del siniestro a un argumento de naturaleza esotérica. La superstición deslizó entonces el revés de la trama: adujo que el Quincho se prendió fuego el día después que Carlos Saúl Menem participó de un acto político en el gimnasio del Club Independiente, instancia que hizo aún más popular la conjetura de que el caudillo riojano era sinónimo de mala estrella. (No sólo en la oportunidad se quemó el Quincho y todas sus instalaciones circundantes tras la visita de Menem, sino que también -veinte años antes- se había prendido fuego un departamento que el riojano habitó durante sus días de detención vigilada en nuestra ciudad, ubicado en la esquina de Yrigoyen y San Martín y que era propiedad de su amigo Luis María Macaya).
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