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El fuego que anoche destruyó la planta de desposte de la
empresa Cagnoli en el Parque Industrial obliga a revisar la historia. Voy a
compartir con los lectores algunos fragmentos de un libro que permanece
inédito, que escribí hace bastante, y que rastrea en el pasado el humildísimo origen
de la hoy famosa empresa de chacinados tandilense que trascendió nuestras
fronteras. Veamos el punto de origen, el chispazo donde empezó esta historia.
"Pietro Cagnoli arribó de Lombardía en 1907 sin saber
que habría de morir joven, de tifus, muy lejos de Italia, y que su apellido se
convertiría en una marca registrada. Es el primer Cagnoli del árbol genealógico
tandilense. Es la semilla que mecida por la ráfaga huracanada del exilio cruzó
el océano, desandó la pampa húmeda y se posó sobre un rincón apacible de la
tierra serrana.
"Para llegar hasta él, hasta la sombra insepulta de su
recuerdo, debemos cruzar hacia el norte de la ciudad, hacia lo que en su tiempo
vital configuraba una suerte de frontera imaginaria de Tandil en los albores
del siglo XX: el corazón del barrio Las Ranas. La memoria devuelve la fachada
de una casa antigua, sobre calle Moreno 1315, levantada en el epicentro de un
barrio que formaba parte de los
suburbios de la aldea. El lugar era, entonces, algo así como un páramo. La
casa, de estructura clásica, tenía tres habitaciones, un patio y, tal cual
ordenaba la tradición edilicia de la época, el baño afuera y al fondo. Había
también una galería abierta con una hilera de parrales de uva chinche que
Pietro convertía en vino. A un costado se podía ver un gran piletón de cemento
para almacenar agua llovida. El patio era espacioso, cercado por un tejido y
cerrado con una tranquera en la entrada.
"En ese patio, uno de los hijos del inmigrante
italiano, Pedro Cagnoli, que había nacido en Tandil en 1912, procedía a frenar
y acelerar el furgoncito Ford A, modelo 1931, de color verde claro con
guardabarros negros, para regular los frenos traseros, que eran a varillas. El
vehículo tenía una puerta en la parte trasera, pues así había venido de
fábrica. En el fondo, casi rozando la calle Pellegrini, estaba la vieja fábrica
donde habría de gestarse el Mundo Cagnoli. Los Cagnoli solían llamarla (y
todavía lo hacen) como "la fabriquita", y el diminutivo no sólo tiene que ver
con la dimensión física de lo que fue la cuna industrial de la empresa, sino
ese cosmos único donde habría de comenzar su historia.
"Sobre Pellegrini, a un costado, estaban los chiqueros,
y un mataderito precario donde se faenaban los cerdos. Enfrente había una sala
donde se despostaban y seleccionaban las carnes para elaborar los salames. Era
el tiempo histórico donde todo se hacía a mano: desde la faena, el cortado, el
amasado y el cortado grueso. Los Cagnoli también embutían a mano con una
embutidora de diez kilogramos. Secaban los embutidos en una pieza y después los
bajaban al sótano donde quedaban alojados hasta curarse. A falta de cámaras,
este proceso se extendía desde junio a agosto, mes que se faenaba, y de allí
hasta los meses de noviembre y diciembre donde ya secos, los lavaban y los
volvían a secar. El ciclo concluía cuando envolvían los embutidos con papel
absorbente y los vendían, la gran mayoría a los hoteles de Buenos Aires, que
fueron uno de los primeros compradores foráneos de la firma.
"En Tandil, Pedro Cagnoli tenía por costumbre recorrer
las canteras de la periferia del pueblo donde vendía sus productos sin intermediaros,
y ya para ese entonces -1940- había alquilado el puesto Nº 5 del Mercado
Municipal, un lugar que obraría como paraíso salvador de la firma, en los
tiempos que las crisis económicas del país jaquearon a la empresa".*
Lo que ocurrió anoche es un golpe crudo y duro, tal vez el más despiadado por lo cual amerita a revisar el tiempo pretérito y fundacional de la empresa, es decir ese lugar de origen donde la pobreza, la austeridad y el sacrificio iban de la mano y donde era completamente imposible imaginar la prosperidad (y las amarguras) que el porvenir habría de traerle. Dotada de una resiliencia fenomenal, la familia Cagnoli ya trascendió el universo de la industria que lidera y también la fortaleza de su propia marca: en su tercera generación, Cagnoli ya es una geneaología, un mundo propio con más de 80 años de historia. Han sabido construir el poderoso blindaje de la identidad que ningún incendio puede devastar.
*Fuente: "Breve historia del salame en Tandil", Elías El Hage (2012, inédito).
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